Por: Cristian Ocaña
Fecha: 19/Junio/2023
En el 2010 vivía en un departamento pequeño y acogedor, y alejado del bullicio. Era algo que me atraía por la tranquilidad que requiero para realizar en casa algunas labores de mi trabajo.
Pasaba los días entre mis clientes, a quienes veía en sus oficinas un par de veces por semana, el running al final del día y los fines de semana, y las visitas de mis hijos.
Era un lugar ideal para estar en paz. En invierno era algo frío, pero nada insoportable.
En verano se convertía en un lugar acogedor y las idas a una piscina que quedaba al fondo del edificio, tras los estacionamientos, y que casi nadie ocupaba, se volvían, junto con un buen libro, un espacio exquisito para pasar largas horas, quieto y calmado.
A diario por las noches, en el umbral previo a quedarme dormido, sentía unas pequeñas pisadas que no molestaban en nada. Siempre asumí que serían del vecino de arriba con su perro que correteaba unos minutos antes de acostarse.
Me quedaba dormido sin darle mayor importancia al hecho.
***
Un par de proyectos en un cliente se volvieron más intensos debido a la fusión que hicieron con otra empresa norteamericana.
Eso me provocó cierto estrés debido a que me integraron en varias conversaciones en la empresa.
Como era el especialista en el diseño de procesos para servicio al cliente, debían integrar las nuevas políticas de la otra empresa. Y yo era el que tenía mayor conocimiento del proceso completo.
Si bien era entretenido todo el desarrollo de las negociaciones que veía, se puso más complejo por cuanto los americanos pusieron fechas de implementación bastante exigentes.
Por eso me llevaba mucho trabajo a casa y comencé a vivir una presión inusitada que afectó mi conciliación del sueño.
En el silencio de la noche comencé a estar más perceptivo sobre ciertos detalles en mi apartamento y los alrededores.
Por ejemplo, podía sentir a lo lejos el pasar de uno que otro auto. La voz tenue de alguien que conversaba en una terraza. O el ulular de algún búho.
Cada vez que abría el closet en la pieza donde dormía, a pesar que era verano, una bocanada de aire gélido me golpeaba como si estuviese dentro del refrigerador.
Era extraño ese hecho pues en los demás closets no ocurría lo mismo. Sólo era el mío.
Así, transcurrieron los días. De repente, entre dormido me despertaba con las pisadas de la mascota de arriba y divisaba en la oscuridad unas sombras que asumí que eran de las luces de un auto llegando a alguna casa vecina o las cortinas que se movían un poco con el viento.
Como era verano, dormía con la ventana un poco entre abierta.
Una noche, después de un agitado día en la empresa con el asunto del sistema de atención a clientes, llegué realmente agotado a casa.
No podía conciliar el sueño así que me puse a realizar una meditación simple para dormirme. Estuve varios minutos en eso, inhalando y exhalando hasta que pude calmar y aquietar mi mente.
Ya estaba adormecido y sentía algunos sonidos muy lejanos, cuando surgieron las leves pisadas del perrito de mi vecino.
Lo seguí unos segundos hasta que se silenciara y pararon justo en la muralla frente a mi cama.
¡Por fin! —dije en la mente. Pero había algo diferente esta vez.
Sentí que el televisor pegado en la pared crujió como si algo lo hubiese tocado.
Imagino que más de alguien ha escuchado los crujidos nocturnos de su televisor. Yo asumía que eran producto de la contracción del plástico debido al cambio de temperatura.
Pero hacía bastantes días que no lo había encendido debido a la fuerte carga de trabajo.
Se silenció. Ya tranquilo volví a adormecerme, cuando en eso volvió la crujidera, esta vez acompañado de un corto chillido.
Me desperté porque no podía ser la supuesta mascota de arriba. No era posible escuchar ese tipo de sonidos entre departamentos. Contaban con una buena aislación acústica.
Miré en la penumbra hacia el sector de los crujidos tratando de divisar algo. No podía enfocar pues tenía la vista borrosa.
Apenas divisé una sombra que se movía. Miré de inmediato las cortinas. Estaban inmóviles.
Las pisadas ahora estaban más arriba. Se habían desplazado. Las sentía casi encima de mí.
Encendía la luz del velador de manera automática y me topo frente a frente con algo que me dejó mudo.
“Eso” me miraba. Era horrible. Una cosa oblonga de un metro que al verse descubierta chilló de manera ensordecedora.
Era como una araña gigante pero con cuello. Muy parecida en tamaño a la de Harry Potter, Aragog, pero con mucho más cuerpo y las patas cortas.
Sus ojos gigantes y negros se abrieron y también se paralizó unos segundos.
Yo, aterrado, pude sacar apenas la voz y sólo grité del pánico. En medio de mi ataque mi cuerpo se inmovilizó y les juro que no pudo reaccionar por más que traté.
En un abrir y cerrar de ojos desapareció. Sólo escuché las pisadas que rápidamente se fueron por el lado de mi cama y desaparecían dentro del clóset, que todo el tiempo estuvo cerrado.
De inmediato recuperé el control de mi cuerpo y me levanté de un viaje. Tomé un bate de baseball que manejaba en mi velador, a modo de precaución.
Y decidido abrí la puerta con cautela y con el bate en ristre, dispuesto a masacrar a aquel engendro diabólico.
Nada había en el interior. Sólo recibí en la cara la conocida bocana de aire gélido. Revisé y revisé, pero nada.
***
Al día siguiente, les juro que no pude dormir esperando las pisadas. No ocurrió nada. Se me ocurrió dejar una grabadora puesta toda la noche para que registrase los sonidos.
Cuando la revisé a la mañana siguiente con un software que me permitía detectar rápidamente variaciones en las 7 horas de grabación allí, efectivamente, salieron a relucir unos peaks a las 4 de la madrugada.
Eran las pisadas ¡Nuevamente! ¿Qué haría ahora? Ese ser volvió mientras dormía.
Quería terminar con eso de una vez por todas. Me aterraba poder encontrarme de frente una vez más con ese ser.
Angustiado y temeroso por lo que me ocurría se lo comenté a una amiga que era más entendida en materias sobrenaturales.
De inmediato me recomendó conectarme con un especialista de ultra confianza que me hizo llevar un plano dibujado de todo el departamento al encuentro con él.
Ese día, don Malaquías utilizó una serie de instrumentos que no conocía sobre el plano y sin que yo le dijese al posicionarse sobre el sector de mi clóset congelado, la aguja indicadora comenzó a agitarse de aquí para allá cada vez con más fuerza.
Don Malaquías me miró y sonrió diciéndome —aquí tienes un portal abierto por el que ingresan a tu morada, no sólo este bicho raro, si no que muchos otros más, bastante peligrosos.
Imagino que te has sentido sobrecargado y estresado últimamente ¿cierto?
Sí, bastante —afirmé—, pero creo que se debe al exceso de trabajo que tengo.
¿Pero te has notado más temeroso o dudoso de lo habitual en tus actividades?
—Sí —volví a asentir extrañado— ¿Pero qué hacen esas cosas? —le consulté angustiado.
Estas entidades pertenecen al bajo astral y desean embriagarse de la energía y la luz que emite tu cuerpo astral.
Además, no toleran que se las mire directamente y arrancan a su lugar de origen. Pero eso es un acto reflejo de ellos.
En tu casa tienes cientos de estas entidades y te drenan energía ¿te has sentido al despertar más cansado de lo habitual, aún con sobre carga laboral?
—Sí, precisamente me extrañaba que mi condición física se estuviese deteriorando, pero lo atribuía al estrés de lo que estoy pasando con mi cliente y su fusión empresarial.
Lo más importante para repeler esta sustracción energética de la cual eres víctima, es sintonizar su frecuencia vibratoria en un estado de amor, compasión, valentía y esperanza.
—Entonces —dije—, ellos vibran a menor frecuencia ¿verdad?
—Exacto. Y por ello, vamos a sanar tu casa ahora mismo y elevar la vibración de todo el recinto para eliminar esos portales que deben haber quedado abiertos por los moradores anteriores o, incluso, desde que el edificio se construyó.
—Ya, por favor —supliqué—. No quiero vivir más una experiencia de este estilo.
—El miedo es caldo de cultivo para estos seres, por lo que te recomiendo que eleves tu vibración y alejes la rabia, el terror y la tristeza de tu hogar.
—Medita, ora, ten pensamientos positivos, no veas o leas cosas de terror o violencia antes de dormirte. Eso predispone tu mente y tu vibración.
Asentí en silencio con la cabeza.
En los minutos que siguieron don Malaquías tomó el plano y se concentró. Hizo unos rezos y plegarias que no entendí mucho.
Volvió al aparato que inicialmente utilizó cuando su aguja giró como loca… Esta vez, ella se quedó en su lugar, sin manifestar ningún movimiento.
—Listo —dijo don Malaquías—. Ya está tu casa segura y libre de todo. Es seguro que cuando abras tu clóset ya no sientas ese frío intenso.
Le agradecí por su asesoría y resolución de mi problema. Volví raudo al departamento a corroborar si era cierto lo del clóset.
Al rato ya estaba entrando y me dirigí a mi cuarto…
Oh, efectivamente, al abrir la puerta sentí un aire fresco y similar al que había en el exterior.
—Por fin —suspiré aliviado—. De todas formas, esta noche dejaré la grabadora para chequear las pisadas y haré los ejercicios que me sugirió para mejorar mi vibración.
Esa noche no sentí nada, ni las siguientes. La grabación no presentó ninguna alteración. No vi más sombras ni crujía sin razón el televisor. Dormía tranquilo y despertaba lleno de vitalidad.
Un día hablé con el conserje y le pregunté por mi vecino y su mascota. Me respondió que ese departamento estaba desocupado hacía meses, pues sus dueños se habían ido al extranjero.
Agregó también que ningún vecino de mi piso, ni de arriba o de abajo tenía perros o alguna mascota que produjese pisadas.