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Luces

Por: Cristian Ocaña
Fecha: 03/Julio/2023

Pedro Martínez no podía manejar de noche. Le era imposible. Apenas veía luces se paralizaba por completo. La primera vez casi le costó la vida.

Tenía 24 años y había salido con su novia Emilia de viaje a la playa. Ese día de diciembre partieron casi al atardecer, luego de concluir un extenuante examen de su último semestre universitario. Sabía que le había ido bien. Ambos jóvenes iban con la ilusión de vivir unos momentos románticos y de solaz, sin la presión académica. A medio camino, la penumbra del atardecer comenzaba a arreciar y Pedro enfrentaba las primeras luces directas en su cara. Los focos de un camión hicieron que Pedro se congelara ante la atónita mirada de Emilia.

—Pedro ¿qué te pasa? —gritó.

A la falta de respuesta, Emilia sólo atinó con sacudirlo pues el vehículo se abalanzaba a la vera de la autopista a un inminente el volcamiento.

Al contacto de Emilia, Pedro gritó y se sacudió como un loco. Su pelo se erizó y el rostro se tornó lívido de espanto. Ya iban por el borde y en unos segundos pasarían a la cuneta y volcarían. Emilia se aferró al volante y lo enderezó como pudo.

—¡Pedro, frena! ¡Frena, mierda!

Pedro reaccionó y pisó el freno mientras Emilia sostenía firme el volante.

Al fin todo se detuvo.

—¿Qué sucedió? —dijo Pedro desorientado.

Emilia con el corazón en la garganta le exigió cambiar de lugar a Pedro mientras le explicaba.

—Puede ser estrés, amor —dijo temblando Emilia.

Ya instalados en la cabaña comieron algo y se acostaron. Despertaron muy tarde y almorzaron en cama. Allí se quedaron el resto del día. Fueron a caminar a un famoso mirador a ver la puesta de sol. De vuelta, ya oscuro, varios focos de vehículos inundaron a la pareja. Nuevamente, Pedro se inmovilizó y repitió la misma escena.

—No sé qué me sucede, amor —dijo más tarde apenado Pedro.

Emilia lo tenía abrazado para consolarlo. Sintió cómo temblaba y su corazón golpeando con fuerza su rostro.

—Eso es terror —se dijo Emilia.

Pedro ya se iba calmando.

—Al ver las luces en la oscuridad un dolor penetrante se apodera de mí. No puedo moverme. Ese dolor crece y el terror me cubre pues no puedo detener esa sensación. En un punto, todo se vuelve negro.

—Amor —dijo Emilia angustiada—, debemos verte esto apenas volvamos. No es normal.

—Sí, lo haré —aseguró Pedro—. Por ahora, evitemos salir después del atardecer ¿te parece? Podemos quedarnos en la terraza y prepararnos algunos bocadillos.

De vuelta en la ciudad, Pedro entró en una vorágine por su tesis como abogado. Pospuso una y otra vez la ida a un especialista. Por su lado, Emilia recibió una beca para continuar sus estudios de arte en París. Con el tiempo y la distancia la pareja decidió separarse y quedar como buenos amigos.

A los 28 años Pedro Martínez era un abogado laborista de tomo y lomo. Programaba cada una de sus salidas para atender a los clientes que su estudio jurídico le asignaba. Se las arreglaba de lo más bien para llegar antes del atardecer a su destino y evitar el magma de luces nocturnas. De ser necesario, acordaba con algún amigo u hotel para pernoctar y continuar al día siguiente. O se detenía en el camino y dormía con su cabeza tapada hasta que amanecía.

Entre sus idas y venidas a clientes, este moderno «drácula», un día de invierno conoció a Samuel García, un curioso y respetado psiquiatra. El doctor García tenía un estilo versátil para atender a sus pacientes adultos que saturaban su consulta por lo exitoso de sus innovadoras terapias. Pedro debía pasar donde él a las 7:30 pm. Menos mal que el doctor García era estricto en la cuestión de horarios. Su oficina se ubicaba en el primer piso en pleno centro.

—Señor Martínez —dijo el doctor—, gracias por venir a esta hora. Como pudo notar tengo muchos pacientes a los que, más encima, debo atender bien —sonrió con su propio chiste.

—Un gusto doctor —dijo Pedro—. Entiendo que tiene un problema con una de sus de sus asistentes.

El doctor García asintió con la cabeza.

—Así es. No sabe lo doloroso que ha sido esta situación después de tantos años de relación con la señora Julia Pérez.

Se levantó de sopetón y fue hacia una de las ventanas.

—Me disculpa un segundo —dijo el doctor—. Paso todo el día encerrado y con luz artificial, así es que a esta hora abro las cortinas.

Al descorrerla, un mar de luces de vehículos entró por la ventana y dio en pleno rostro de Pedro quien se petrificó. El doctor García percibió el cambio en Pedro y se acercó para verlo más de cerca. Al no reaccionar ante ninguna frase optó por sacudirlo con firmeza. Fue al tomarlo por los hombros cuando Pedro con la vista fija en el infinito comenzó a emitir gritos horrendos, entrando en un pánico desgarrador, sacudiéndose entero.

El doctor García lo soltó de inmediato mientras Pedro seguía gritando y temblando con la vista puesta en la ventana. Al percatarse, el doctor corrió las cortinas. Unos segundos más tarde, Pedro volvió a la normalidad.

Sin dudas, ante los ojos del doctor García su visitante había sufrido un episodio sicótico breve activado por un evento externo, del que no le quedó duda alguna que se debió a las luces en la ventana.

—Pedro —dijo el doctor con suavidad para no alterarlo—. Ya estás seguro.

El joven abogado pestañeó varias veces al volver en sí. Por el rostro del doctor García se dio cuenta de lo que había sucedido.

El doctor se apoyó en su escritorio.

—Pedro ¿cómo te sientes?

—Mejor, doctor ¿qué sucedió?

—Por favor, dime tú lo que te sucede con las luces de noche.

Pedro bajó la vista avergonzado.

—En realidad es algo nunca me traté. Imaginé que sería algún trauma de pequeño y le resté importancia.

El doctor contrajo su boca de manera reprobatoria pero no opinó. Prefirió seguir avanzando con la historia de Pedro.

—¿Y desde cuándo sufres de estas parálisis de miedo?

Pedro se masajeó sus sienes como tratando de rescatar de allí la respuesta.

—Hum… La primera vez recuerdo que fue yendo a la playa con una novia que tuve, al finalizar la universidad. Yo tenía 24.

El doctor García no le cuadraba lo de la edad. Si bien Pedro asumía que podría deberse ser a un suceso de su niñez, la manifestación tardía era bastante extraña.

—Lo que te sucede es tremendamente peligroso, y no sólo para ti sino que para todo el entorno ¿lo comprendes, cierto? Es preciso que te lo trates de inmediato antes que algo más grave ocurra.

Pedro se sintió afligido. Parecía que era el momento de tomar cartas en el asunto. Confesó sus padecimientos de no poder viajar de noche y todo el esfuerzo en coordinar y alterar la vida de sus amigos y su propio bolsillo.

—Con lo que gastas en hoteles —dijo el doctor—, perfectamente podrías pagarte un tratamiento. Yo te podría tratar ¿qué opinas?

—¿Y podríamos empezar ahora mismo, si es que pudiese? —dijo Pedro.

—Sí, Pedro —dijo el doctor—. Puedo verte ahora. Me gustaría comenzar con una hipnosis regresiva. Podría develarnos bastante información y rápidamente.

—Doctor, estoy en sus manos —dijo Pedro inspirando hondo.

Con Pedro tendido en el sofá, el doctor García le dio instrucciones para que las siguiese lo más concentrado posible. Ya en trance, el doctor inició su investigación.

—Pedro, vamos a un mes antes de tu ida a la playa con tu novia. Imagínate que estás mirando el tráfico desde mi ventana ¿qué sientes?

—Terror doctor —dijo Pedro—. Algo malo sucederá.

—Retrocedamos más —dijo el doctor—. Vamos al momento cuando te sentiste atacado por primera vez con las luces en la noche ¿llegaste a él? Descríbeme dónde estás.

—Creo que sí —dijo adormilado—. Salí muy tarde del campus. Ya no queda nadie. Debía entregar un trabajo importante al día siguiente. Voy por mi bicicleta. Está muy oscuro… ¿quién anda ahí? —Pedro agitó su cabeza nervioso.

—¿Qué sucede Pedro?

—Sentí un ruido extraño. Se supone que estoy solo.

—Mira a tu alrededor. Recuerda que conmigo estás seguro.

—Nada, doctor. No veo nada.

—Levanta la vista. Revisa los edificios de alrededor.

—¡Doctor! —dijo Pedro tratando de no alterarse—. Hay algo arriba de mí.

—¿Algo como qué? Descríbelo, por favor, Pedro ¿no será un foco?

—No. Es algo enorme como un triángulo con unas luces intermitentes verdes y rojas… ehhh… ¿Qué sucede? Me elevo del suelo. Estoy flotando… las bicicletas quedaron abajo… Ahora todo se puso oscuro. Siento…, siento a dos personas que me reciben y toman por los brazos. No puedo girar mi cabeza para verlos.

—Tranquilo Pedro. Estás protegido. Sígueles el juego.

—Me llevan a un cuarto oscuro y veo que adelante se enciende una luz tenue. Hay una especie de camilla… ¡Pero qué hacen!… Me pusieron arriba y me ataron con unas huinchas. No puedo moverme.

—Relájate Pedro. Conmigo estás protegido. Te puedo sacar en cualquier instante. Sigamos un poco más.

—Ya doctor… Hay un silencio increíble… Llegaron más personas al cuarto. Creo que son tres. Son de mediana estatura. No los diviso bien por la penumbra… Ahhh… ¡Las luces! Encendieron las luces. Son muchas. Estoy encandilado. Trato de ver algo entrecerrando la vista… Sí, allí percibo quiénes son ¡Mierda, no son humanos! ¡Son extraterrestres! Son grises. Sus ojos son gigantes y rostros sin expresión.

—Calma Pedro, sigues protegido… Confía en mí. Sigamos un poco más.

—Bueno… Llegó un cuarto personaje que trae una especie de máquina, como la de un dentista, con múltiples brazos. Oh, cielos ¡Qué van a hacerme! Doctor, sáqueme de aquí… Un taladro viene directo a mí nariz y una enorme aguja va penetrando mi ojo… ¡Sáqueme, doctor! ¡Sáqueme!

Al volver del trance, ambos se sentaron a beber una taza de café con varias gotitas de un buen bourbon que preparó el doctor.

—¿Recuerdas algo? —dijo el doctor.

—¡Todo! —dijo Pedro aún hiperventilado.

—Ahora ya cruzaste lo de tu terror con los focos en la noche.

—Sí, doctor ¿qué viene ahora?

—Nada más. Ahora deberías poder tomar tu auto e irte tranquilo a tu casa. Sigamos viéndonos dos veces por semana para ver cómo evolucionas e indagar qué más te sucedió.

—¿Seguro que me puedo ir así no más?

—Sí, Pedro. Acabas de sacar a la luz algo trascendental que tu cerebro tenía escondido y que tu ser pedía a gritos hacerlo consciente. Tu cerebro quiso protegerte y te ocultó la verdad. Es un mecanismo de defensa y que te estaba alterando la vida. Ahora puedes irte en paz y venir mañana miércoles y el viernes a esta misma hora ¿te acomoda?

—Sí doctor. Me acomoda… y gracias… veamos el miércoles el caso de su asistente ¿le parece?

—Sí, Pedro. Me parece. Nos vemos.

—Nos vemos, doctor.

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