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La Hacker

Por: Cristian Ocaña

Fecha: 27/Enero/2023

La joven Elisa Silva yacía en una de las camas de cuidados intensivos de una clínica céntrica. El monitor de parámetros vitales mostraba una presión arterial y frecuencia cardíaca ya controladas después de la operación donde le extrajeron los tres proyectiles que recibió en una emboscada momentos antes. En la puerta de acceso, dos policías velaban por su seguridad.

Elisa era una avezada en la seguridad informática. A sus 23 años no había sistema que no resistiese los exhaustivos y ponzoñosos test de penetración para probar las políticas de seguridad implementadas para detectar e impedir intrusiones malintencionadas. Ella era el terror de los ciberespecialistas y ciberexpertos.

Permanentemente, alentada por sus dos abuelos paternos, con quienes convivía debido a la reciente pérdida de ambos padres en un extraño accidente automovilístico, la joven solía pasar noches enteras en la «Caverna de Elisa» como llamaba a su cuarto de trabajo. Una luz roja afuera advertía no ingresar allí.

Heredó el talento innato de su padre y éste de su madre. Ambos abuelos se conocieron en la universidad. Elsa, de mente excepcional, más que su marido Pedro, con quien jamás hizo aspaviento alguno de ello. Él lo sabía y se sentía dichoso del talento y capacidades de su mujer, lo que le facilitó acceder a importantes cargos en empresas financieras, beneficiando el mayor confort del hogar. Su marido, un innato emprendedor tecnológico, había logrado un acierto en un negocio que logró vender y conseguir varios millones de dólares.

A Elisa nunca le faltaron las generosas atenciones de sus abuelos y más aún cuando demostró sus dotes informáticas. Con el apoyo de ambos pudo construir la «caverna» de sus sueños para desarrollar su pasión: hackear, reparar y mejorar. Siempre buscaba la perfección en todo. Su trabajo era pulcro, bello, genial; una obra de arte según sus fanáticos seguidores.

Pedro sabía del valor del trabajo de su nieta y más aún los últimos resultados que había logrado.

—Pedro, lo que me cuentas es sensacional —dijo Elsa—. Son grandes noticias para las empresas financieras a las que sigo asesorando a su directorio.

—Me contó sus avances y lo que la motivaba —respondió satisfecho—. Después de la muerte de Jaime y Elvira, se aisló en su «caverna» y le perdí la pista. Hace poco me dejó entrar para contarme sobre Lola, su inteligencia artificial y en qué había usado el dinero que le pasábamos. Fíjate que me sorprendió. Esta chica es brillante. Una genio como tú, querida.

—Ahhh —replicó con modestia—. Pero sacó tus habilidades para los negocios. No te mires en menos, amor. La tranquilidad y dinero del que disfrutamos hoy se debe al fruto de tus negocios.

Pedro le sonrió con dulzura junto a un guiño. Continuaron charlando un rato más sobre los negocios de su nieta y las posibilidades con los contactos de Elsa.

—Lo importante, Pedro —remarcó—, es que tú validaste su negocio y habilidades. Eso me deja tranquila para poder recomendarla. En realidad, más que un favor a ella, es Elisa quien les hará un favor a ellos. He sabido han estado sufriendo un ciberataque de gran escala.

—Ella sabe bien lo que hace —afirmó Pedro—. ¿Te parece que le preguntemos sobre la posibilidad de presentarle algunos clientes?

—Sí, me encantaría. Vamos a verla ahora —dijo entusiasmada Elsa.

Los tres se sentaron en el living a conversar mientras la señora Alberta les traía una bandeja con un aromático café en grano recién preparado y unos buñuelos que acababan de salir del horno. Era una excelente mezcla para amenizar el encuentro.

—¿Qué opinas, Eli querida? —dijo la abuela—. En realidad, ellos son los que necesitan ayuda y no han podido resolver varios problemas que se les han presentado desde hace tiempo.

—Sí, abuela —dijo Elisa—. Me serviría para ver cómo responde Lola y también para volver al ruedo.

—¡Qué bueno escucharte, Eli preciosa! —dijo con ternura la abuela—. Haré unos llamados y te cuento.

Siguieron unos minutos conversando de cualquier cosa y disfrutando del café y las delicias que les preparó Alberta. Hacía meses que los tres nos compartían un momento íntimo.

Pasó una hora y la abuela se apareció en la «caverna». Golpea y entra con un papel en mano con los datos para contactar a Jorge Mandiola, el gerente general de un banco mediano y de buena reputación.

—Este es el teléfono directo de Jorge —dijo feliz la abuela—. Él espera tu llamado ahora pues continua sufriendo una serie de ataques y su equipo les hace frente con bastante dificultad desde hace días.

—Ya Nona —respondió con una leve sonrisa de satisfacción por el desafío—. Te lo agradezco. Lo llamaré de inmediato y te cuento.

En los meses de encierro, Elisa perfeccionó a su Inteligencia Artificial, Lola. Le enseñó a pensar y razonar como ella lo hacía ante las diferentes encrucijadas que enfrentaba en el ataque a un sistema informático.

Día a día, Lola aprendía cómo funcionaba la estructura de razonamiento de su creadora. La enorme capacidad de cómputo de su cerebro central se componía por docenas de servidores de última generación, una granja de cortafuegos de las mejores marcas, unidades de almacenamiento robotizadas. Un sistema de respaldo energético diseñado por ella misma basado en una innovadora combinación de celdas fotovoltaicas, una red de aerogeneradores que convertían la energía cinética del viento. La integración de baterías ion Litio de cátodo LiFePO4 a su red de fuentes de producción eléctrica era el broche de oro de un sistema a prueba de fallos que le daba autonomía de operación absoluta a Lola. La ubicación de su centro de cómputo era un gran secreto, incluso para sus abuelos que lo financiaron en gran parte.

—Aló, ¿don Jorge? Soy Elisa Silva.

—Hola. ¡Qué bueno que llamaste de inmediato! ¿Es posible que vengas ahora mismo? Tengo a todos mis directores presionando demasiado. Elsa me aseguró que podías darnos una gran mano.

—Envíeme a este teléfono las coordenadas exactas del lugar de trabajo y el seudónimo de mi contacto. De lo demás, yo me haré cargo.

—Perfecto ¿Quieres que vayan por ti?

—Gracias, pero no se preocupe. Así evitamos involucrar a otros en este proceso. Es para no comprometer más la seguridad abriendo otros puntos que participen de este proceso. Espero que me entienda. Debemos aislarnos lo más pronto posible y cerrar todas las potenciales brechas de seguridad desde ahora.

—Bueno. Tú eres la experta y estamos en tus manos —dijo el gerente—. Te enviaré ahora mismo las coordenadas. Espérame un minuto porque no me manejo mucho con eso.

—Lo espero —replicó la joven.

Elisa escuchó cómo Mandiola llamaba a alguien para que lo ayudase. Finalmente, lograron enviar las coordenadas. Vibró su celular y leyó de inmediato el mensaje.

—Don Jorge, llegaré en 20 minutos. Hasta luego.

Elisa cortó y de inmediato tomó su moderna bicicleta Cannondale y partió como un rayo a las coordenadas. Sabía adonde llegar. A toda costa debía evitar encender su GPS por lo que se aprendió la ruta propuesta por su teléfono. Su memoria visual era excelente para este tipo de casos.

Exactamente en 20 minutos llegó a la puerta del lugar de las coordenadas. Se encontró con una puerta metálica que parecía hermética. No había numeración, sólo una cámara arriba y un timbre al costado derecho.

Tocó el timbre y pidió por «Soy Nadie», el seudónimo de su contacto. La puerta se abrió lentamente y apareció un guardia armado.

—Señorita, sígame, por favor. La llevaré con su contacto.

El lugar era bastante misterioso, lleno de pasadizos oscuros y puertas cerradas. No se condecía tamaña infraestructura con un banco mediano. Le pareció extraño y siguió al guardia sin hacer preguntas y observando todo.

Llegaron a un recoveco donde se encontraba un ascensor con tecnología de acceso bastante más moderna que el resto de las instalaciones. El guardia puso su ojo y un escáner activó una pantalla donde él dibujó un patrón secreto. De inmediato se activó una luz verde que anunciaba la venida del ascensor. Subieron al piso 12.

—Hasta aquí llego yo, señorita. Debe seguir este pasillo —dijo indicándole la dirección—. Llegará a otra puerta. Espere allí unos segundos. Vendrán por usted.

Elisa lo miró y asintió con una leve sonrisa. Salió y la puerta del ascensor se cerró. El inusitado silencio la seguía incomodando, llegando a cuestionarse si efectivamente se trataba de un banco.

Se apostó en la mampara de la puerta. Pasó menos de un minuto cuando sintió el desbloqueo de los cerrojos. Frente a ella apareció un hombre de mediana estatura. Calculó que estaría en sus 40. Delgado y con una barba de varios días sin cortar.

—Hola. Soy Camilo, «Soy Nadie», tu contacto. Tú debes ser Elisa ¿cierto?

—Sí. Mucho gusto —dijo dándole la mano—. ¿Qué tenemos por aquí?

Camilo le explicó el drama que junto a su equipo estaban viviendo desde hacía días. Entonces, Elisa lo paró en seco.

—Camilo, antes que prosigas necesito que firmes el siguiente documento. Imagino que estás autorizado.

—Sí. Yo estoy a cargo.

—Perfecto entonces. Fírmalo.

—¿Qué es?

—Es un documento donde ustedes me dan carta abierta para acceder a todos sus sistemas y realizar lo que se requiera sin que pregunten. Además, dice que ustedes están a mi cargo y que nada se hace sin que yo lo diga. Requiero tener el control de todo desde ahora. También dice que tendré las claves de acceso de todo por un período de 6 horas y que tú estarás supervisándome en todo momento ¿de acuerdo?

Camilo se quedó helado con la petición de su visitante. No se esperaba ese tipo de intervención.

—Disculpa. Deberé realizar un llamado antes —dijo tratando de ocultar su desconfianza y temores.

—Sí. No hay problema. Tómate el tiempo que quieras, mientras seguirán bombardeándote sin piedad.

—Por favor, espera aquí —le solicitó con la frente empapada por los nervios.

Camilo tomó el contrato y se lo llevó a su oficina. La joven hacker lo vio conversando y fotografiando el acuerdo. Obviamente se lo estaba enviando a Jorge Mandiola para que algún jurídico lo revisase.

Entretanto, Elisa observaba disimulada los alrededores del recinto. Era un verdadero palacio de cristal, de oficinas transparentes con estructuras de hierro de fundición. Al final del corredor estaba lo que parecía ser el «cuartel general» con decenas de grandes pantallas en la pared y largas mesas con muchas personas sentadas trabajando en silencio.

Pasaron 10 minutos cuando volvió sonriente Camilo. Todo había sido aclarado y le entregó el documento firmado.

—Comencemos entonces —dijo Elisa con una sonrisa—. Necesito que me des todos los permisos que te solicité. Vamos a tu oficina a hacerlo. No necesitamos que nadie más se entere de qué estoy haciendo ¿de acuerdo? Así podríamos evitar alguna fuga si es alguien interno o si estamos «siendo escuchados».

—Pero cómo tanto —respondió incrédulo Camilo.

—No discutiré contigo —dijo en seco Elisa—. Ahora yo estoy a cargo. Tengo 6 horas para resolver tu problema.

Camilo se ruborizó. Su interlocutora le había marcado con firmeza los límites. Él estaba acostumbrado a llevar el liderazgo de su equipo y que todos le obedeciesen sin vacilación. Parecía un golpe al ego hecho por una niñita, pensaba.

—Necesito conectarme a la red directamente desde tu firewall principal. Por favor, llévame exactamente donde se encuentra. Allí obtendré un mapa completo de tu instalación y podré tener una primera impresión de qué es lo que sucede.

—Sí. Sígueme por aquí —dijo escéptico.

Fueron a una zona en dirección lateral al «cuartel general» que había divisado un rato atrás. Al llegar a una puerta metálica, notoriamente reforzada, puso su rostro cerca de un panel en la pared y la luz verde de un escáner lo barrió de arriba abajo y de izquierda a derecha. Ingresó un código numérico y la puerta se deslizó reveló una gigante bodega que sorprendió a Elisa.

—¿Qué es todo esto, Camilo?

—Es nuestro datacenter —respondió.

—Sé que esto es un datacenter, mi lindo —dijo molesta por la sutil mofa—. Lo que no me quieres contar es por qué esta instalación no corresponde a la de un banco mediano, como me habían señalado. No seguiré hasta que me lo aclares.

Camilo vio cómo su salvadora se cruzaba de brazos en espera de una respuesta satisfactoria. Tomó aire y cerró los ojos para arriesgarse con ella y contarle la verdad.

—En realidad, esta es una instalación secreta de la Dirección Nacional de Seguridad y desde hace una semana las cuentas bancarias secretas de los oligarcas de nuestro país han estado siendo saqueadas por una extraña fuerza. Inteligencia nos ha informado que lo mismo está sucediendo en otros países.

—Resúmeme el comportamiento de esas extracciones —le consultó seria Elisa.

—A las 6:00 am de cada día primero de cada cuenta sacan 50 dólares y luego cada 30 minutos retiran 100 dólares. Así es hasta la medianoche.

—Es astuto porque no levanta alarmas. Son 3,650 dólares diarios ¿cuántas cuentas son? —preguntó la joven apurando la respuesta con sus dedos.

—Son 3,425, sólo en nuestro país.

—¡Guau! —dijo sorprendida—. No imaginé que había tantos oligarcas. Bueno, son 12.5 millones de dólares al día y ya mañana habrán completado los 100 millones. Un buen botín.

Elisa inspiró profundamente, arrugó la frente, cerró sus ojos y luego de 10 segundos exhaló con fuerza. Una serie de contradicciones desfilaba por su mente. «Tengo que proteger las cuentas de los oligarcas», se decía mientras apretaba enrabiada y disimuladamente sus manos.

—Bien, entonces. Avancemos. Muéstrame tu firewall principal de inmediato.

Camilo avanzó por un pasillo y llegó a una compuerta que abrió con una llave personal y una clave.

—Aquí está ¿qué vas a hacer?

Elisa abrió su mochila y sacó un cable que lo conectó a una de las compuertas del firewall. El otro extremo lo enchufó a su equipo portátil.

—Voy a conectarme con Lola, mi ayudante artificial para que realice un rápido escaneo a toda la red y conexiones. En unos segundos tendremos una película clara de qué es lo que sucede.

Elisa se conectó con su propio datacenter y le pasó a Lola la información que Camilo le había entregado sobre la forma de operación.

Mientras, la joven miraba con rudeza a Camilo, le asesta una pregunta.

—¿Por qué este centro está conectado con todos los bancos? No me ocultes nada.

Camilo titubeó pero tenía carta blanca de su jefe para trabajar con ella.

—Porque así «ellos» lo solicitaron. De esta forma evaden todos los controles a movimientos, transferencias y depósitos fuera de norma.

Elisa apretó de nuevo los puños.

—Entonces, ahora yo tengo que proteger a estos sinvergüenzas —afirmó.

Camilo asintió en silencio. La brillante muchacha sólo movió su cabeza en son de protesta.

—Listo. Lola ya tiene una respuesta. Aquí es donde voy a necesitar tu ayuda. Déjame revisar este mapa… Sí, la estación 32 ¿quién está en la estación 32?

La joven le mostró un mapa del recinto en su pantalla y le apunto a un puesto de trabajo. El jefe del lugar cerró los ojos para buscar en su memoria.

—Lo tengo —dijo jubiloso—. Es Bernardo Alegría. Un joven recientemente reclutado. Lleva cerca de dos meses con nuestro equipo ¿qué quieres que hagamos?

—Si lo alertamos, lo perderemos. Es necesario que le tendamos una trampa. Por ahora, bloquearé y repararé todo, pero le arrojaré un malware en un documento para que podamos ver su actividad.

—¿Pero cómo abrirá el documento? Va a sospechar —dijo inquieto el jefe.

—Simple. Aquí tengo un formulario que les enviarás por correo electrónico y que deberán completar ahora para pagarles las horas extra del trabajo que han realizado, incluyendo el día de hoy. Van a estar todos felices. Diles que lo necesitas de inmediato porque la jefatura superior te lo solicitó. Cuando nuestro sospechoso lo abra, se le instalará el programa en su equipo y veremos qué está haciendo y con quién se comunica.

—Sencillo y efectivo —dijo Camilo.

—Diles que los requerirás toda la noche de hoy y que el primer turno deberá renovarse pronto a las 10:00 pm y serán los apellidos entre las letras A y la N ¿de acuerdo?

—Sí, de acuerdo.

—Aquí tienes un pendrive con el malware. Sólo se activará para la estación 32 ¿entendiste? Yo sabré si lo hiciste o no.

Camilo movió la cabeza.

—Por favor, confírmame que entendiste todo —dijo con dureza Elisa.

—Sí, lo entendí —dijo y repitió al pie de la letra todo lo instruido por ella.

—Perfecto. Vamos que el tiempo corre. Llega tranquilo a tu oficina y tómate 5 minutos para no ser evidente. Yo me quedaré aquí revisando otras cosas.

Elisa comenzó a preparar la trampa. Una vez que de la estación 32 se abriese el archivo, tendía acceso a toda su estación y podrían con Lola determinar el origen de las comunicaciones. La joven sabía que el de la estación 32 no podía estar trabajando solo: debía tener más secuaces. Era necesario mapear la ruta para conocer exactamente el origen. Lola era prodigiosa en tales sondeos.

La campana en la computadora de Elisa se activó: Bernardo Alegría había caído en la trampa. Lola entró en acción y en unos segundo se desplegó un mapa de la ciudad donde se armó la ruta de localización del resto de los cómplices. Camilo apareció y alcanzó a ver el mapa.

—¿Qué es eso? ¿Los hallaste?

—Sí. Las fuerzas especiales ya debiesen estar allá allanando el lugar —dijo satisfecha la talentosa joven.

—¿Pero cómo podían sacar todo el dinero simultáneamente desde las diferentes cuentas y bancos? —consultó Camilo.

—Utilizaban una brecha que tu nueva contratación abrió en la red de comunicaciones. Pero lo más trágico de todo este asunto es que los servidores que deberían estar más protegidos que ningún otro, les faltan unas actualizaciones. Y es aquí donde me he detenido a pensar cómo fue que sucedió eso.

—¿Qué quieres decir? —preguntó incómodo Camilo.

—Porque nadie más que tú tenía acceso a esta sala y a esos equipos. Según pudo averiguar Lola, solamente tú eras quien estaba a cargo de dicha actualización y dejaste a propósito de hacerlo desde hace un mes. Y justo el fabricante del sistema operativo reportó un problema muy específico que se resolvía con la siguiente actualización que tú nunca activaste.

Pálido, Camilo retrocedió unos pasos y sacó de improviso un arma. Elisa impávida lo miró y se sonrió.

—Todo este rato has estado monitoreado y fuiste grabado. De hecho, quedó registrado tu llamado advirtiéndole a tu cómplice que saliese de inmediato del recinto. No temas, ya está detenido por la policía que también se dirige acá. Vienen por ti. Baja tu arma y no agraves tu falta —dijo certera y sin dudar.

Los pasos de un contingente que se aproximaba pusieron en alerta a Camilo quien puso el arma en el suelo y levantó los brazos una vez que ingresaron los 6 policías fuertemente armados.

Satisfecha, Elisa se retiró del complejo. Ya había cumplido con su cometido. Afuera, Jorge Mandiola llegaba en su auto negro y se estacionaba con la autorización de los policías que custodiaban la escena. Elisa apareció en la puerta con su bicicleta y reconoció a Mandiola pues lo había investigado previamente.

—Tú debes ser Elisa ¡Buen trabajo!

—Sí, gracias. Me parece que me excedí en mis labores.

—¿Por qué dices eso, jovencita?

La experta se acercó al ejecutivo y le habla con suavidad.

—Porque sé adónde fue a parar el dinero que extrajeron los delincuentes. Ahora, no se preocupe, porque Lola acaba de extraerlo todo y lo dejó repartido en 100 cuentas distintas cuya clave sólo ella conoce. Ni siquiera yo podría acceder a ellas.

—Esas son buenas noticias ¿y cuándo podremos tener el dinero de vuelta?

—Perdón, ¿no le dije que rastreé quién estaba detrás de esas cuentas? —le dijo con un mirada acusadora y una ceja levantada.

Mandiola abrió los ojos de sorpresa. Entretanto el ejecutivo volvía en sí, Elisa tomó su bicicleta y salió del lugar a toda velocidad. No se había percatado que el banquero comenzó a seguirla disimuladamente y una vez alejado del lugar, la emboscó y rodó por el cemento. Elisa salió corriendo aún con su mochila en la espalda. Ingresó por un callejón oscuro con salida al otro extremo. Miró sobre su hombro y tropezó perdiendo la ventaja que le llevaba al corpulento hombre que sacó una pistola Glock de 19 milímetros, apuntó y disparó tres veces.

Elisa cayó malherida y no se movía. Se escucharon las sirenas de los carros de policía acercándose al lugar y Mandiola dándola por muerta huyó.

La policía la encontró inconsciente. Una bala le atravesó el hombro derecho. Otro disparo le pegó en el muslo derecho. Y el tercer impacto dio de lleno en la espada, entrando por la mochila, traspasando su computador portátil que frenó el proyectil que se alojó en el trapecio izquierdo y quedó a unos milímetros del corazón. Pidieron una ambulancia y se la llevaron de inmediato al hospital más cercano.

Los abuelos de Elisa se encontraban angustiados esperando noticias en la sala de espera. En eso llegó Jorge Mandiola y fue donde Elsa e intentó abrazarla.

—Elsa, querida. Cuánto lo siento —dijo mientras Elsa lo esquivó.

—Tú, maldito ¿cómo le fuiste a hacer eso a mi nieta? Es una niña. Todos estos años que nos conocemos y nunca dejaste de ser un pillo. Eli te descubrió y me envió todas las pruebas.

—Pero ¿cómo? ¿De qué hablas? —dijo Mandiola de manera hipócrita y llevándose la mano para sacar su pistola.

En eso entraron raudos 5 policías que lo estaban esperando. Le gritaron que se arrojara al suelo con las manos y piernas separadas.

—Desgraciado, las pagarás todas juntas. Le robaste a los oligarcas. Ellos son más crueles que la misma mafia. Me quedaré tranquila esperando porque ellos te darán tu merecido ¡Llévenselo!

Al tiempo que sacaban esposado a Mandiola, el médico a cargo de la operación de Elisa salió y le mostró un pulgar arriba junto a una sonrisa.

—Señora —dijo el doctor—. Su nieta tuvo mucha suerte. La mochila y su equipo le restaron potencia a la bala que pegó en una costilla y se frenó aún más. Ya se encuentra fuera de peligro pero deberá quedar internada un par de días.

—Gracias doctor —dijo entre lágrimas Elsa sujetando de la mano a Pedro que la abrazaba en silencio.

La mochila de Elisa tenía instalada diez cámaras en miniatura con micrófono. Grabaron todo cuanto sucedió y desde el incidente con Camilo todo fue publicado en línea en las redes sociales. De esta forma se enteró la policía, sus seguidores y, sobre todo, los oligarcas afectados y que ya habían emprendido su revancha.

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2 comentarios

    1. Hola Claudio. Gracias por tu atento comentario. Sobre Lola, veamos si Elisa despierta interés en otros lectores para, incluso, evaluar qué hacer con este dúo.
      Saludos y no te pierdas el próximo cuento.
      Cristian

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