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La Plaza

Por: Cristian Ocaña
Fecha: 14/Enero/2023

No sé si están familiarizados con los extraños sucesos en la Plaza de Armas de Arauco, en el sur de Chile. Con cerca de 35 mil habitantes, casi al nivel del mar, de clima acogedor en verano y de invierno bastante frío y largo, el centro de su plaza se ubica en las coordenadas 37° 14′ 46.6″ Sur y 73° 19′ 02.9″ Oeste.

Bueno, al menos yo, Elliot Elizondo, he escuchado historias de toda índole al respecto, desde la misteriosa aparición de luces fantasmagóricas hasta personas que deambulaban cerca de la medianoche y nunca más se las vuelve a ver. Por eso me decidí partir a ver qué pasaba en verdad. Fui inicios de invierno y bastante preparado, lo que llamó mucho la atención en el aeropuerto por la cantidad de aparatos y medidores que llevaba. Soy investigador, les decía para que se calmaran.

Incluí varios lectores de GPS como un rastreador portátil Garmin en el que pude precargar varios mapas de la zona. Otro modelo fue un reloj Garmin Foretrex 701 ideal para mi vista puesto que su pantalla era más grande y podía verla sin mis anteojos para la presbicia. El reloj lo podía emparejar con mi Smartphone donde podía recibir alertas y notificaciones.

Incluí también un dosímetro Vislone para determinar la radiación ionizante a la que podría estar expuesto; 2 detectores Trifield de campo electromagnético (EMF) que me ayudarían a detectar radiaciones magnéticas, eléctricas y de radio (incluidas las microondas). Estos EMF me entregarían simultáneamente los tres campos en la misma pantalla, no como los otros modelos con diales cambiadores que eran poco óptimos cuando uno debía chequear una situación con agilidad. Además, agregué una cámara térmica infrarroja de alta resolución Hti-Xintai. Adicionalmente, llevaba la querida brújula analógica que me regaló mi abuelo y otra NDUR del tipo botón a prueba de agua. Con eso sería suficiente. Sólo me faltó llevar la mochila con el colisionador de positrones de los «Cazafantasmas», el famoso ECTO-1 con la pistola de plasma :).

Estaba emocionado por la epopeya que me emprendía a vivir. No había vuelos directos, por lo que tomé uno hasta Concepción y de ahí Arauco se encontraba a 60 kilómetros. Así es que arrendé un auto para moverme con más libertad. Al subirme a un vehículo sedán plateado que parecía del año, programé su GPS para llegar sin problemas. No me di cuenta lo rápido del viaje. Estaba todo expedito. Quizá la época invernal en Chile me favoreció.

Como había reservado el hotel más cercano a la Plaza de Armas, me dirigí de inmediato al Hotel El Arriero a 2 minutos de mi objetivo. Ya eran las 12:30 horas del jueves 23 de junio del año 2021. Descansé un rato y bajé al comedor a almorzar. Al volver me tendí en la cama pues tenía toda la intención de emprender inmediatamente mi primera incursión para analizar la Plaza de Armas en búsqueda de aún no sabía qué.

Me dormí un rato. Las imágenes oscuras de una pesadilla me levantaron de la cama de un salto ¡Eran las 18:45 horas! Me incorporé rápidamente. Ya estaba ansioso por realizar mis primeras indagaciones en la plaza así es que me preparé como si fuese a ir de «trekking». Nada debía faltarme por cualquier eventualidad que surgiese. Puse la dirección en el GPS del vehículo y partí. En un minuto ya tenía frente a mí la Plaza de Armas de Arauco.

El GPS me indicaba que iba por la calle Condell. Se veía todo tranquilo así es que preferí dar una vuelta completa de reconocimiento general y elegir un punto apropiado para estacionarme. El lugar se apreciaba amplio rodeado por frondosos árboles y un pasto muy bien tenido. En cada esquina había un pequeño obelisco, de unos 3 metros de altura sobre una base circular de piedra, donde se ubicaba uno que otro vendedor ambulante ofreciendo su mercancía. Desde allí se abría un camino amplio hacia el centro de la plaza. Los cuatro caminos convergían en una pileta de unos 10 metros de diámetro. Me estacioné por calle Esmeralda pues se veía más desocupado y con menos tránsito de personas. Así evitaría llamar la atención. La plaza lucía ordenada y acogedora. Podía respirar hondo un aire fresco con tintes de marino, y sentir el trinar de varios gorriones dándome la bienvenida desde lo alto de las ramas.

Serían como las 19:30 horas cuando me bajé y comencé a deambular por el sector como un turista cualquiera. Revisé cada uno de los obeliscos con mis dispositivos. El EMF no arrojaba ningún campo anómalo. El dosímetro marcaba una radiación normal de 0,17 microSievert (µSv). La brújula apuntaba tranquilamente al norte magnético. La cámara térmica no mostraba ninguna rareza.

—Bien, todo parece en su lugar —murmuré.

Recorrí cada uno de los cuatro caminos con tranquilidad, mirando en cada momento mi juego de EMF, dosímetro brújula y cámara térmica. En cada ruta llegué hasta la pileta misma. En el último tramo, me senté al borde de la pileta esperando que algo se presentase. Algo que me diese algún indicio. Debo haber estado así unos 20 minutos hasta que una mujer que no vi de dónde salió se sentó a mi lado. Creyendo que era una visitante más del lugar, no le presté mucha atención hasta que me habló.

—Usted es el primero que viene con tanto aparato.

La miré un tanto sorprendido y agradecido a la vez porque parecía que al fin ese «algo» que esperaba se había manifestado. La señora, que tendría unos 70 años, de ojos café y rostro inexpresivo, denotaba un aire de misterio. Lucía un vestido holgado y largo color violeta con algunos adornos, zapatillas comunes y un amplio sombrero negro de paja.

—Sí, sólo sigo mi intuición —dije siguiéndole el juego.

—Trate de no desviarse y seguir el camino recto —dijo susurrante—. No vaya ser que termine en el limbo.

—¿Cómo? Disculpe, no le entendí.

—Vaya por el camino del obelisco con un zorzal en su cima. A medio camino del medio camino, pare. Diríjase al árbol más alto y justo a las 21:00 horas observe a su alrededor ¿lleva reloj?

—Sí, tengo ¿por qué?

—Lo necesitará para volver. A medianoche se abrirá por 5 minutos. Cuidado con la vuelta.

—¿Qué podría suceder con la vuelta?

—Podría llegar antes o después e, incluso, a otro lugar —sentenció—. Así es que no se pierda ni se desvíe. Siga el camino.

—¿Cuál camino? —pregunté inquieto.

—Cuando esté allí lo verá con claridad. No sea curioso ni se tiente en ir por otro lado porque lo podría lamentar.

Como un acto reflejo bajé mi vista un par de segundos y miré la brújula ¡Sorpresa! La aguja giraba como loca de un lado al otro. No tenía lógica en sus movimientos. Chequeé la otra brújula NDUR, la de botón, que tenía en mi bolsillo de la chaqueta y también se comportaba anormalmente. Volví donde mi interlocutora pero ella ya no estaba. Desapareció tan rápido como llegó. Se me erizaron los pelillos de los brazos.

Acto seguido miré la hora; eran las 20:40 horas así es que me levanté y me dirigí al lugar que me indicó la señora del sombrero negro. Era la mejor pista que tenía hasta ese momento. Por unos segundos, desfiló por mi mente la idea que ella tenía el arquetipo de una adivina.

—¿Un obelisco con un zorzal? —me dije—. ¿Qué probabilidad había de encontrar a uno posado allí, a esta hora, y habiendo tantos árboles?

Comencé mi recorrido decidido a revisar los cuatro obeliscos. Para mi sorpresa, en el tercero encontré a un pájaro ubicado en la cúspide. Era la esquina de las calles Caupolicán y Esmeralda.

—¿Qué haces ahí? —dije esperando su respuesta.

El zorzal apenas terminé la pregunta emprendió el vuelo y se perdió al interior de la plaza. Continué por el camino que llevaba de vuelta a la pileta.

—A medio camino del medio camino —mascullé—. Hum… Imagino que será el segmento primero pues la ruta interrumpe por un angosto camino lateral que da directo a la calle de forma perpendicular.

Mi ansiedad me llevó casi corriendo al camino lateral y allí me ubiqué al centro entre la calle y el camino circular que rodeaba la pileta. Miré para ambos lados y divisé un enorme árbol a cada lado, casi del mismo tamaño. A la derecha se erguía un pino araucaria de tronco recto y delgado, de unos 13 metros de altura. A mi izquierda, un abeto blanco de similar altura que la araucaria. No tenía cómo distinguir a cuál se refería la señora, así es que esperé a que diesen las 21:00 horas y estaría monitoreándolos a ambos con la cámara térmica, EMF y dosímetro esperando por algún suceso anómalo en uno de ellos.

Ya faltaban dos minutos. Activé la cámara y me puse a observarlos a ambos situado en el punto medio del camino angosto. Pasaron los dos minutos y nada. Ya eran las 21:00 horas y una pequeña brisa se levantó. Seguí observándolos a ambos y unos segundos más tarde con la cámara noté un cambio drástico de la temperatura en la imagen térmica en el abeto. Emanaba una marcada luz azul. Me moví tan rápido que llegué trastabillando. Ubiqué con la cámara el punto exacto de la zona azul. Tenía una forma circular, como la entrada a una caverna junto pegado al tronco. Vi mis demás medidores. La brújula volvió a salirse de control. Los campos electromagnéticos en el EMF se habían disparado y el dosímetro acusaba la presencia de un alza en la radiación ionizante llegando a 4,23 µSv, algo así como estar recibiendo 30 radiografías de tórax simultáneamente.

Instintivamente puse mi mano en la forma circular. Debía actuar rápido si no quería afectarme por la radiación emanada en ese punto o arriesgarme a que se cerrara. Sentí un golpe helado y vi cómo desaparecía. La retraje de inmediato.

—¡Sí, allí estás! —dije aliviado.

E inspirando profundamente me decidí.

—Es ahora o nunca. Adelante andante.

Fue como entrar al juego de espejos en un parque de diversiones. Sin embargo, se presentaba ante mí un largo pasillo que sólo debía seguir. Era un camino principal. Todo se sentía neutro; la gravedad, la temperatura, el aire. Luego de andar unos minutos comenzaron a aparecer otras rutas y recordé las palabras de la señora: No sea curioso ni se tiente en ir por otro lado porque lo podría lamentar.

Así es que le hice caso. La advertencia había sido clara. Seguí por el camino plagado de espejos (según yo) que reflejaban mi imagen en distintos tamaños y todos de forma rectangular organizados de manera magistral, sin que faltara ninguno en toda la ruta. Debía proseguir hasta el final.

—Si era tan claro, entonces la salida debe ser obvia —me decía para mantener la serenidad, mientras andaba ya a paso más seguro.

De pronto, se hizo la luz… y en verdad que fue así. Se manifestó algo así como la salida de una caverna, similar a la entrada en el abeto. Saqué la cabeza con cuidado y me di cuenta que aparecí en otro lugar. Miré mi reloj, eran las 21:01 horas. No lo podía creer. Antes de salir, como no sabía dónde estaba, atiné a revisar mi juego de dispositivos GPS.

—A ver qué dicen estos diablos…Hum. Sí. 42° 33′ 27.8″ Norte y 70° 57′ 10.5″ Oeste.

No podía dar crédito al resultado.

—Pero esto es a casi 8,900 kilómetros de la Plaza de Armas de Arauco y corresponde a… a ver… ¡Salem! ¡Por Dios!

Siguió explorando por más información.

—¿Qué más sé de este lugar donde aparecí? Humm… Sí… Aquí dice que estoy en el patio trasero de la granja de Rebecca Nurse ¿por qué aparece ese nombre tan destacado en el mapa? Tendré que averiguar.

Elliot Elizondo conocía grosso modo la historia Salem. Sabía que se encontraba en el sector donde se iniciaron las primeras acusaciones de brujería, que ocurrieron en marzo de 1692. Leyó el máximo de información que pudo antes de salir. Según los historiadores la familia Putnam sacó partido de las acusaciones iniciales que hicieron unas niñas para deshacerse de otros vecinos con los que tenía conflictos. En esa época el pueblo de Salem era una comunidad rural pobre con granjas y casas dispersas, ubicada al extremo norte de la Ciudad Salem que fue famosa porque allí se estableció el primer puerto comercial de las colonias inglesas para Norteamérica.

Con esta información Elliot salió de su «agujero de gusano» y con su GPS en mano comenzó a caminar. El asunto afuera era curioso pues según Elliot debía ser estar más claro por la diferencia horaria.

—Pero qué le sucede a esta cosa —dijo Elliot mirando su dispositivo GPS—. Menos mal que tengo el otro… ¡Quée! Tampoco funciona.

Asustado y sin entrar en pánico revisó su brújula, dosímetro y EMF.

—Todo se veía normal… ¡Qué raro! Pareciera que los satélites que emiten para el GPS ya no transmitieran.

Tomó su celular y activó su GPS. Tampoco tuvo señal. Es más, no tenía recepción de datos, ni wifi, ni podía visualizar ningún tipo de red.

—Puede que ésta sea una zona negra —se dijo para tranquilizarse.

Realizó una revisión en 360° y a unos 100 metros divisó una luz tenue. Seguro debía ser la casa de Rebecca Nurse, se dijo. Emprendió rumbo a ella. Dio la vuelta para presentarse por la entrada principal y no asustar a sus moradores. Golpeó tres veces el pórtico. Ya era tarde, pero la luz encendida le indicó que no era tan grave la molestia que les causaría a esa hora. Sintió unos pasos firmes y salió un señor de edad. Tendría unos 70 años de semblante agradable y de rosto serio. Seguramente se debía a la hora. Su vestimenta era como una antigua túnica para dormir, un gorro de lana y el mismo candelabro que iluminaba el cuarto.

—Buenas noches señor —dijo Elliot en inglés—. Lamento importunarlo. Soy Elliot Elizondo y ando perdido ¿dónde me encuentro?

—Señor Elizondo, buenas noches. Sí, es bastante tarde ya ¿cómo llegó hasta acá?

—Sí. Disculpe la hora —dijo Elliot—. Llegué caminando, me pilló la noche y me desorienté.

—Suele suceder. No se preocupe ¡Qué extraños sus ropajes! ¿Es algún tipo de explorador?

—Sí, precisamente soy un académico documentando los alrededores —dijo improvisando Elliot—. Se me hizo tarde y me perdí.

—No hay mucho que investigar por aquí. Somos un pueblo algo pobre y con muchas disputas de terrenos con nuestros vecinos. Sobre todo con la familia Putman. Ah, ellos nos sacan de quicio moviendo siempre su cerca y quitándonos todas las semanas más tierras que legítimamente nos asignaron.

El viejo se tomó la barba y suspiró levemente.

—Por cierto, soy Francis Nurse.

En eso aparece alguien detrás de Francis. Al enfocarla bien Elliot, da un paso atrás sorprendido. Era la misma señora de la Plaza de Armas de Arauco y que le había indicado cómo atravesar el portal en el abeto.

—¿Qué sucede Francis? ¿Quién es este señor?

—No te preocupes Rebecca —dijo Francis—. Es un académico investigador que anda perdido.

Francis y Rebecca se dieron cuenta de la reacción de Elliot y esperaron en silencio una explicación.

—Usted es la señora Rebecca Nurse y Francis es su marido ¿cierto?

—Sí, pero por qué tan asombrado —dijo Rebecca.

—Señora Nurse, no me va a creer pero ustedes corren un serio peligro a manos de los Putnam y el ministro Parris. Ellos los acusarán de brujería para quedarse con su granja.

Los Nurse se miraron asustados. Rebecca ya había vivido una acusación hacía poco y salió libre por falta de pruebas.

—Francis, hazlo pasar… yo siento que conozco a este joven. Creo que dice la verdad.

 Ubicados en la mesa de su comedor, Francis puso el candelabro al centro.

—Hijo, cuéntanos. Dices que eres explorador y vienes recién llegando ¿cómo sabes lo que afirmas?

—Les parecerá extraño lo siguiente —dijo Elliot un tanto hiperventilado—pero necesito que me digan exactamente qué día es hoy.

Rebecca y Francis intercambiaron miradas furtivas.

—Hoy es 18 de julio de 1692 —dijo Rebecca.

Elliot sacó su teléfono y revisó los datos de Salem que había descargado antes de abandonar la «caverna del tiempo». Al ver el dispositivo, ambos ancianos saltaron espantados de sus sillas.

—¿Qué es eso, por Dios? —dijo Francis.

—No se preocupe. Esto me dirá exactamente lo que ustedes necesitan saber. No es magia es un invento que usa todo el mundo de donde yo vengo. Por favor, confíen en mí.

Los miró a los ojos con honestidad y no les quitó la vista hasta que volvieron a sentarse.

—Gracias, amigos —dijo Elliot—. Estoy revisando información vital para su situación… Denme unos segundos solamente.

Asustada aún, Rebecca había tomado de la mano a su marido. Francis esperaba nervioso que Elliot dijese algo.

—Sí, aquí está —dijo Elliot y los miró pálido.

—¿Qué sucede, hijo? —dijo Francis.

—Amigos, debemos marcharnos de inmediato. Vendrán por ustedes esta noche. Capaz que ya estén cerca. No hay tiempo —dijo angustiado Elliot.

Rebecca se asomó de inmediato por la ventana pero no vio a nadie.

—Por favor, lean esta información —dijo Elliot—. No se asusten con este aparato, no hace daño y ahora es nuestro mejor aliado.

La pareja se acercó y leyó: Rebecca Nurse fue ejecutada el 19 de julio de 1692. Siguieron la lectura y revisaron la historia completa del conflicto con su odioso vecino Putnam y el corrupto ministro Parris.

—Aquí dice que el jurado reconsideró el juicio anterior y que me encontraron culpable —dijo triste Rebecca—. Eso será mañana.

Francis la abrazó y miró desconsolado a Elliot.

—Hijo ¿qué podemos hacer?

—Tengo una vía de escape —dijo Elliot recordando que su portal se volvería a abrir a medianoche—. Tienen que estar conscientes que deberán dejar todo atrás. Absolutamente todo y a todos.

El matrimonio cruzó miradas y ambos asintieron la propuesta de Elliot con sus cabezas.

—Preparen un bolso cada uno —dijo Elliot—. Deberán viajar lo más liviano posible para moverse con agilidad. Sólo lleven lo esencial.

Los granjeros se movilizaron rápidamente a preparar sus cosas y emprender el viaje. Mientras, Elliot vigilaba atento por la ventana esperando que la horda encabezada por los Putnam y Parris viniese por Rebecca. Ella había la principal detractora y acusadora de las apropiaciones ilegítimas de tierras de los Putnam, como también había desaprobado públicamente el controvertido nombramiento de Samuel Parris como ministro quien, además, era amigo cercano de los Putnam.

Cerca de las 22:55 horas Elliot divisó a la distancia una enorme luz intermitente que se agitaba. No se despegó de la ventana hasta que a los pocos minutos se dio cuenta que era un grupo de personas portando antorchas y venían en dirección de la granja de los Nurse. Corrió donde los viejos.

—Ya es hora —dijo Elliot con el corazón casi en el cuello—. Debemos irnos ahora. Ahí vienen por ustedes.

Francis fue rápido a chequear a la ventana. Era cierto.

—¡Vieja, apúrate! Allí vienen—gritó—. Ya no hay tiempo.

Tomaron sus cosas y salieron por la puerta trasera guiados por Elliot. Debían esconderse en alguna parte hasta que fuese medianoche y poder ingresar nuevamente por el «túnel del tiempo».

—¿Conocen algún sitio —les consultó Elliot— aquí cerca donde podamos aguardar seguros hasta la medianoche?

—Sí —dijo Rebecca—. Detrás de los arbustos al final de este prado es perfecto pues inicia un tupido bosque al que todos le tienen respeto de noche.

—Estupendo —dijo Elliot un poco más tranquilo—. Allí será perfecto.

—De hecho —dijo Francis—, allí construimos un subterráneo para protegernos de las tormentas y guardar algunos víveres. Aún si ellos pasaran por ahí, no encontrarían la puerta en el piso pues está bien camuflada con el paraje.

—Sí —dijo Rebecca—, fue idea de mi hijo Benjamín y junto con Francis lo terminaron hace unos meses. Él guarda algunas cosas allí también.

Llegaron al punto del «búnker» de los Nurse e ingresaron. Elliot encendió la linterna de su celular para entrar con cuidad. Los Nurse se guardaron la sorpresa de la nueva magia de Elliot hasta que estuvieron a buen resguardo con la compuerta cerrada.

—Hijo —dijo Francis—, ese mundo de donde provienes pareciera que tiene muchos artefactos extraños. No sé si estos dos viejos podrían acostumbrarse y ser capaces de absorber un cambio tan radical.

Elliot entendió y calló. Apagó su luz. Mantuvieron silencio absoluto. Sintieron cómo los «justicieros» pasaban corriendo y gritando. La señora Nurse se puso nerviosa y se aferró a Francis quien la rodeó con ternura entre sus brazos. Ambos se mantuvieron estoicos. El barullo duró unos 20 minutos y poco a poco sintieron cómo comenzó a alejarse hasta que el silencio se volvió una bienvenida bendición.

Ya eran cerca de las 23:35 horas y Elliot recomendó por seguridad quedarse unos 10 minutos más. Él saldría a investigar y chequear que todo estuviese bien. Total, a Elliot no lo buscaban y él podía hacerse pasar por un investigador académico extraviado. Observó con su cámara térmica en búsqueda de alguna presencia humana que manifestaría una imagen de color rojizo o anaranjado en el visor. Revisó por todos los alrededores para estar seguro. Incluso, amplió el radio de análisis hasta 70 metros cubriendo las arboledas que lo rodeaban para descartar que alguien se hubiese escondido tras algún árbol.

Las 23:50 horas. Era momento de ir por los Nurse. En la mente de Elliot circundaba el conflicto de cambiar la historia y el registro de los hechos.

—¡Qué más da! Me los llevaré a otro lugar y tiempo. Igual este bellaco de Thomas Putnam y su familia se apropiarán de esta granja. Los Nurse no le han hecho daño a nadie. La historia no cambiará. El mundo no cambiará.

Elliot se rascó la cabeza nervioso con la decisión que tomaría.

—Además —prosiguió—, la señora de la fuente en la plaza vino a buscarme por algo. Sé que es Rebecca, aunque me cueste creerlo. Dejaré para más tarde la interpretación de todo eso.

Así es que decidido y convencido fue por los Nurse y los ayudó a salir con gentileza. 23:55 horas. Elliot ubicó al grupo en el lugar desde donde emergió la primera vez. Tomó su cámara térmica y espero pacientemente por el cambio en la temperatura. Miró su brújula que ya comenzaba a moverse de un lado para el otro. El EMF y dosímetro mostraban señales de cambios electromagnéticos y radiactivos. Se estaba manifestando la puerta de acceso para volver.

Era  la medianoche. Una bocanada de aire tibio envolvió a los viajeros.

—Ya es momento de partir —dijo Elliot.

Elliot entró primero y desapareció ante los ojos desencajados de los Nurse. Su mano y rostro aparecieron.

—Ya, vengan rápido, antes que esto se cierre —dijo Elliot.

La pareja se miró con ternura y dio un último vistazo a su codiciada granja. Rebecca extendió su mano y Elliot la jaló con suavidad. Ella venía con Francis en su otra mano. El trío desapareció y comenzaron la caminata de vuelta en ese mar de espejos.

—¿Qué es esto? —dijo Rebecca.

—Este es un túnel del tiempo, señora Nurse. Nos llevará lejos de sus enemigos. A otro lugar y tiempo. Ya nadie los podrá dañar.

Francis iba embobado mirando para todas partes sin soltar a su mujer. Anduvieron varios minutos hasta que llegaron a una encrucijada. Elliot sabía por dónde debía seguir andando. Sin embargo, Rebecca se detuvo en seco y tiró de Elliot.

—¿Qué sucede señora Nurse?

—Nada hijo —dijo Rebecca—. Nosotros llegaremos hasta aquí. Tú debes proseguir tu camino. Ya cumpliste con tu misión. Ahora nosotros proseguiremos nuestra vida desde este otro punto.

—Pero no tengo idea a dónde ese camino conduce —dijo Elliot con angustia.

—No te preocupes, hijo —dijo Francis—. Cualquier lugar será mejor que el lugar del que venimos. Y el tuyo nos parece demasiado avanzado y creemos que no encajaremos. Estamos viejos y algo intermedio de avances nos parecería mejor para pasar nuestros últimos años.

Elliot se emocionó y los abrazó. Se sacó su gargantilla de oro y se las regaló.

—Tomen, con esto podrán sobrevivir unas semanas si lo venden —dijo Elliot emocionado y con los ojos húmedos.

—Gracias hijo —dijo Rebecca—. Gracias por ayudarnos y salvarme. No nos olvides. Ahora vete que tu puerta podría cerrarse.

Elliot asintió en silencio y se despidió. Retomó su ruta sin dejar de mirar cómo los Nurse desaparecían en la bifurcación del camino.

A los pocos minutos llegó a su punto de origen. Salió con cuidado de manera de evitar ojos curiosos. Su reloj indicaba que eran las 00:01 horas. Afuera consultó por su GPS que le confirmaba que había vuelto a la Plaza de Armas de Arauco. Chequeó el día y la hora en su celular consultando el sitio www.time.is.

—Uf —respiró aliviado—. Sí, estoy en el lugar, día y hora correctos.

Entretanto Elliot se recuperaba, de la nada una mano se posó sobre su hombro derecho. Elliot se dio vuelta asustado creyendo que alguien lo había descubierto. Así había sido, pero no exactamente descubierto.

—¡Hola Elliot! —dijo sonriente Rebecca, luciendo su sombrero negro de paja—. ¡Gracias, hijo! Gracias por la maravillosa vida que nos posibilitaste con Francis.

…En recuerdo y respeto de quienes sufrieron en Salem los horrores implacables de manos de desalmados, egoístas y abusadores inhumanos…

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Por: Cristian Ocaña
Fecha: 14/Enero/2023

No sé si están familiarizados con los extraños sucesos en la Plaza de Armas de Arauco, en el sur de Chile. Con cerca de 35 mil habitantes, casi al nivel del mar, de clima acogedor en verano y de invierno bastante frío y largo, el centro de su plaza se ubica en las coordenadas 37° 14′ 46.6″ Sur y 73° 19′ 02.9″ Oeste.

Bueno, al menos yo, Elliot Elizondo, he escuchado historias de toda índole al respecto, desde la misteriosa aparición de luces fantasmagóricas hasta personas que deambulaban cerca de la medianoche y nunca más se las vuelve a ver. Por eso me decidí partir a ver qué pasaba en verdad. Fui inicios de invierno y bastante preparado, lo que llamó mucho la atención en el aeropuerto por la cantidad de aparatos y medidores que llevaba. Soy investigador, les decía para que se calmaran.

Incluí varios lectores de GPS como un rastreador portátil Garmin en el que pude precargar varios mapas de la zona. Otro modelo fue un reloj Garmin Foretrex 701 ideal para mi vista puesto que su pantalla era más grande y podía verla sin mis anteojos para la presbicia. El reloj lo podía emparejar con mi Smartphone donde podía recibir alertas y notificaciones.

Incluí también un dosímetro Vislone para determinar la radiación ionizante a la que podría estar expuesto; 2 detectores Trifield de campo electromagnético (EMF) que me ayudarían a detectar radiaciones magnéticas, eléctricas y de radio (incluidas las microondas). Estos EMF me entregarían simultáneamente los tres campos en la misma pantalla, no como los otros modelos con diales cambiadores que eran poco óptimos cuando uno debía chequear una situación con agilidad. Además, agregué una cámara térmica infrarroja de alta resolución Hti-Xintai. Adicionalmente, llevaba la querida brújula analógica que me regaló mi abuelo y otra NDUR del tipo botón a prueba de agua. Con eso sería suficiente. Sólo me faltó llevar la mochila con el colisionador de positrones de los «Cazafantasmas», el famoso ECTO-1 con la pistola de plasma :).

Estaba emocionado por la epopeya que me emprendía a vivir. No había vuelos directos, por lo que tomé uno hasta Concepción y de ahí Arauco se encontraba a 60 kilómetros. Así es que arrendé un auto para moverme con más libertad. Al subirme a un vehículo sedán plateado que parecía del año, programé su GPS para llegar sin problemas. No me di cuenta lo rápido del viaje. Estaba todo expedito. Quizá la época invernal en Chile me favoreció.

Como había reservado el hotel más cercano a la Plaza de Armas, me dirigí de inmediato al Hotel El Arriero a 2 minutos de mi objetivo. Ya eran las 12:30 horas del jueves 23 de junio del año 2021. Descansé un rato y bajé al comedor a almorzar. Al volver me tendí en la cama pues tenía toda la intención de emprender inmediatamente mi primera incursión para analizar la Plaza de Armas en búsqueda de aún no sabía qué.

Me dormí un rato. Las imágenes oscuras de una pesadilla me levantaron de la cama de un salto ¡Eran las 18:45 horas! Me incorporé rápidamente. Ya estaba ansioso por realizar mis primeras indagaciones en la plaza así es que me preparé como si fuese a ir de «trekking». Nada debía faltarme por cualquier eventualidad que surgiese. Puse la dirección en el GPS del vehículo y partí. En un minuto ya tenía frente a mí la Plaza de Armas de Arauco.

El GPS me indicaba que iba por la calle Condell. Se veía todo tranquilo así es que preferí dar una vuelta completa de reconocimiento general y elegir un punto apropiado para estacionarme. El lugar se apreciaba amplio rodeado por frondosos árboles y un pasto muy bien tenido. En cada esquina había un pequeño obelisco, de unos 3 metros de altura sobre una base circular de piedra, donde se ubicaba uno que otro vendedor ambulante ofreciendo su mercancía. Desde allí se abría un camino amplio hacia el centro de la plaza. Los cuatro caminos convergían en una pileta de unos 10 metros de diámetro. Me estacioné por calle Esmeralda pues se veía más desocupado y con menos tránsito de personas. Así evitaría llamar la atención. La plaza lucía ordenada y acogedora. Podía respirar hondo un aire fresco con tintes de marino, y sentir el trinar de varios gorriones dándome la bienvenida desde lo alto de las ramas.

Serían como las 19:30 horas cuando me bajé y comencé a deambular por el sector como un turista cualquiera. Revisé cada uno de los obeliscos con mis dispositivos. El EMF no arrojaba ningún campo anómalo. El dosímetro marcaba una radiación normal de 0,17 microSievert (µSv). La brújula apuntaba tranquilamente al norte magnético. La cámara térmica no mostraba ninguna rareza.

—Bien, todo parece en su lugar —murmuré.

Recorrí cada uno de los cuatro caminos con tranquilidad, mirando en cada momento mi juego de EMF, dosímetro brújula y cámara térmica. En cada ruta llegué hasta la pileta misma. En el último tramo, me senté al borde de la pileta esperando que algo se presentase. Algo que me diese algún indicio. Debo haber estado así unos 20 minutos hasta que una mujer que no vi de dónde salió se sentó a mi lado. Creyendo que era una visitante más del lugar, no le presté mucha atención hasta que me habló.

—Usted es el primero que viene con tanto aparato.

La miré un tanto sorprendido y agradecido a la vez porque parecía que al fin ese «algo» que esperaba se había manifestado. La señora, que tendría unos 70 años, de ojos café y rostro inexpresivo, denotaba un aire de misterio. Lucía un vestido holgado y largo color violeta con algunos adornos, zapatillas comunes y un amplio sombrero negro de paja.

—Sí, sólo sigo mi intuición —dije siguiéndole el juego.

—Trate de no desviarse y seguir el camino recto —dijo susurrante—. No vaya ser que termine en el limbo.

—¿Cómo? Disculpe, no le entendí.

—Vaya por el camino del obelisco con un zorzal en su cima. A medio camino del medio camino, pare. Diríjase al árbol más alto y justo a las 21:00 horas observe a su alrededor ¿lleva reloj?

—Sí, tengo ¿por qué?

—Lo necesitará para volver. A medianoche se abrirá por 5 minutos. Cuidado con la vuelta.

—¿Qué podría suceder con la vuelta?

—Podría llegar antes o después e, incluso, a otro lugar —sentenció—. Así es que no se pierda ni se desvíe. Siga el camino.

—¿Cuál camino? —pregunté inquieto.

—Cuando esté allí lo verá con claridad. No sea curioso ni se tiente en ir por otro lado porque lo podría lamentar.

Como un acto reflejo bajé mi vista un par de segundos y miré la brújula ¡Sorpresa! La aguja giraba como loca de un lado al otro. No tenía lógica en sus movimientos. Chequeé la otra brújula NDUR, la de botón, que tenía en mi bolsillo de la chaqueta y también se comportaba anormalmente. Volví donde mi interlocutora pero ella ya no estaba. Desapareció tan rápido como llegó. Se me erizaron los pelillos de los brazos.

Acto seguido miré la hora; eran las 20:40 horas así es que me levanté y me dirigí al lugar que me indicó la señora del sombrero negro. Era la mejor pista que tenía hasta ese momento. Por unos segundos, desfiló por mi mente la idea que ella tenía el arquetipo de una adivina.

—¿Un obelisco con un zorzal? —me dije—. ¿Qué probabilidad había de encontrar a uno posado allí, a esta hora, y habiendo tantos árboles?

Comencé mi recorrido decidido a revisar los cuatro obeliscos. Para mi sorpresa, en el tercero encontré a un pájaro ubicado en la cúspide. Era la esquina de las calles Caupolicán y Esmeralda.

—¿Qué haces ahí? —dije esperando su respuesta.

El zorzal apenas terminé la pregunta emprendió el vuelo y se perdió al interior de la plaza. Continué por el camino que llevaba de vuelta a la pileta.

—A medio camino del medio camino —mascullé—. Hum… Imagino que será el segmento primero pues la ruta interrumpe por un angosto camino lateral que da directo a la calle de forma perpendicular.

Mi ansiedad me llevó casi corriendo al camino lateral y allí me ubiqué al centro entre la calle y el camino circular que rodeaba la pileta. Miré para ambos lados y divisé un enorme árbol a cada lado, casi del mismo tamaño. A la derecha se erguía un pino araucaria de tronco recto y delgado, de unos 13 metros de altura. A mi izquierda, un abeto blanco de similar altura que la araucaria. No tenía cómo distinguir a cuál se refería la señora, así es que esperé a que diesen las 21:00 horas y estaría monitoreándolos a ambos con la cámara térmica, EMF y dosímetro esperando por algún suceso anómalo en uno de ellos.

Ya faltaban dos minutos. Activé la cámara y me puse a observarlos a ambos situado en el punto medio del camino angosto. Pasaron los dos minutos y nada. Ya eran las 21:00 horas y una pequeña brisa se levantó. Seguí observándolos a ambos y unos segundos más tarde con la cámara noté un cambio drástico de la temperatura en la imagen térmica en el abeto. Emanaba una marcada luz azul. Me moví tan rápido que llegué trastabillando. Ubiqué con la cámara el punto exacto de la zona azul. Tenía una forma circular, como la entrada a una caverna junto pegado al tronco. Vi mis demás medidores. La brújula volvió a salirse de control. Los campos electromagnéticos en el EMF se habían disparado y el dosímetro acusaba la presencia de un alza en la radiación ionizante llegando a 4,23 µSv, algo así como estar recibiendo 30 radiografías de tórax simultáneamente.

Instintivamente puse mi mano en la forma circular. Debía actuar rápido si no quería afectarme por la radiación emanada en ese punto o arriesgarme a que se cerrara. Sentí un golpe helado y vi cómo desaparecía. La retraje de inmediato.

—¡Sí, allí estás! —dije aliviado.

E inspirando profundamente me decidí.

—Es ahora o nunca. Adelante andante.

Fue como entrar al juego de espejos en un parque de diversiones. Sin embargo, se presentaba ante mí un largo pasillo que sólo debía seguir. Era un camino principal. Todo se sentía neutro; la gravedad, la temperatura, el aire. Luego de andar unos minutos comenzaron a aparecer otras rutas y recordé las palabras de la señora: No sea curioso ni se tiente en ir por otro lado porque lo podría lamentar.

Así es que le hice caso. La advertencia había sido clara. Seguí por el camino plagado de espejos (según yo) que reflejaban mi imagen en distintos tamaños y todos de forma rectangular organizados de manera magistral, sin que faltara ninguno en toda la ruta. Debía proseguir hasta el final.

—Si era tan claro, entonces la salida debe ser obvia —me decía para mantener la serenidad, mientras andaba ya a paso más seguro.

De pronto, se hizo la luz… y en verdad que fue así. Se manifestó algo así como la salida de una caverna, similar a la entrada en el abeto. Saqué la cabeza con cuidado y me di cuenta que aparecí en otro lugar. Miré mi reloj, eran las 21:01 horas. No lo podía creer. Antes de salir, como no sabía dónde estaba, atiné a revisar mi juego de dispositivos GPS.

—A ver qué dicen estos diablos…Hum. Sí. 42° 33′ 27.8″ Norte y 70° 57′ 10.5″ Oeste.

No podía dar crédito al resultado.

—Pero esto es a casi 8,900 kilómetros de la Plaza de Armas de Arauco y corresponde a… a ver… ¡Salem! ¡Por Dios!

Siguió explorando por más información.

—¿Qué más sé de este lugar donde aparecí? Humm… Sí… Aquí dice que estoy en el patio trasero de la granja de Rebecca Nurse ¿por qué aparece ese nombre tan destacado en el mapa? Tendré que averiguar.

Elliot Elizondo conocía grosso modo la historia Salem. Sabía que se encontraba en el sector donde se iniciaron las primeras acusaciones de brujería, que ocurrieron en marzo de 1692. Leyó el máximo de información que pudo antes de salir. Según los historiadores la familia Putnam sacó partido de las acusaciones iniciales que hicieron unas niñas para deshacerse de otros vecinos con los que tenía conflictos. En esa época el pueblo de Salem era una comunidad rural pobre con granjas y casas dispersas, ubicada al extremo norte de la Ciudad Salem que fue famosa porque allí se estableció el primer puerto comercial de las colonias inglesas para Norteamérica.

Con esta información Elliot salió de su «agujero de gusano» y con su GPS en mano comenzó a caminar. El asunto afuera era curioso pues según Elliot debía ser estar más claro por la diferencia horaria.

—Pero qué le sucede a esta cosa —dijo Elliot mirando su dispositivo GPS—. Menos mal que tengo el otro… ¡Quée! Tampoco funciona.

Asustado y sin entrar en pánico revisó su brújula, dosímetro y EMF.

—Todo se veía normal… ¡Qué raro! Pareciera que los satélites que emiten para el GPS ya no transmitieran.

Tomó su celular y activó su GPS. Tampoco tuvo señal. Es más, no tenía recepción de datos, ni wifi, ni podía visualizar ningún tipo de red.

—Puede que ésta sea una zona negra —se dijo para tranquilizarse.

Realizó una revisión en 360° y a unos 100 metros divisó una luz tenue. Seguro debía ser la casa de Rebecca Nurse, se dijo. Emprendió rumbo a ella. Dio la vuelta para presentarse por la entrada principal y no asustar a sus moradores. Golpeó tres veces el pórtico. Ya era tarde, pero la luz encendida le indicó que no era tan grave la molestia que les causaría a esa hora. Sintió unos pasos firmes y salió un señor de edad. Tendría unos 70 años de semblante agradable y de rosto serio. Seguramente se debía a la hora. Su vestimenta era como una antigua túnica para dormir, un gorro de lana y el mismo candelabro que iluminaba el cuarto.

—Buenas noches señor —dijo Elliot en inglés—. Lamento importunarlo. Soy Elliot Elizondo y ando perdido ¿dónde me encuentro?

—Señor Elizondo, buenas noches. Sí, es bastante tarde ya ¿cómo llegó hasta acá?

—Sí. Disculpe la hora —dijo Elliot—. Llegué caminando, me pilló la noche y me desorienté.

—Suele suceder. No se preocupe ¡Qué extraños sus ropajes! ¿Es algún tipo de explorador?

—Sí, precisamente soy un académico documentando los alrededores —dijo improvisando Elliot—. Se me hizo tarde y me perdí.

—No hay mucho que investigar por aquí. Somos un pueblo algo pobre y con muchas disputas de terrenos con nuestros vecinos. Sobre todo con la familia Putman. Ah, ellos nos sacan de quicio moviendo siempre su cerca y quitándonos todas las semanas más tierras que legítimamente nos asignaron.

El viejo se tomó la barba y suspiró levemente.

—Por cierto, soy Francis Nurse.

En eso aparece alguien detrás de Francis. Al enfocarla bien Elliot, da un paso atrás sorprendido. Era la misma señora de la Plaza de Armas de Arauco y que le había indicado cómo atravesar el portal en el abeto.

—¿Qué sucede Francis? ¿Quién es este señor?

—No te preocupes Rebecca —dijo Francis—. Es un académico investigador que anda perdido.

Francis y Rebecca se dieron cuenta de la reacción de Elliot y esperaron en silencio una explicación.

—Usted es la señora Rebecca Nurse y Francis es su marido ¿cierto?

—Sí, pero por qué tan asombrado —dijo Rebecca.

—Señora Nurse, no me va a creer pero ustedes corren un serio peligro a manos de los Putnam y el ministro Parris. Ellos los acusarán de brujería para quedarse con su granja.

Los Nurse se miraron asustados. Rebecca ya había vivido una acusación hacía poco y salió libre por falta de pruebas.

—Francis, hazlo pasar… yo siento que conozco a este joven. Creo que dice la verdad.

 Ubicados en la mesa de su comedor, Francis puso el candelabro al centro.

—Hijo, cuéntanos. Dices que eres explorador y vienes recién llegando ¿cómo sabes lo que afirmas?

—Les parecerá extraño lo siguiente —dijo Elliot un tanto hiperventilado—pero necesito que me digan exactamente qué día es hoy.

Rebecca y Francis intercambiaron miradas furtivas.

—Hoy es 18 de julio de 1692 —dijo Rebecca.

Elliot sacó su teléfono y revisó los datos de Salem que había descargado antes de abandonar la «caverna del tiempo». Al ver el dispositivo, ambos ancianos saltaron espantados de sus sillas.

—¿Qué es eso, por Dios? —dijo Francis.

—No se preocupe. Esto me dirá exactamente lo que ustedes necesitan saber. No es magia es un invento que usa todo el mundo de donde yo vengo. Por favor, confíen en mí.

Los miró a los ojos con honestidad y no les quitó la vista hasta que volvieron a sentarse.

—Gracias, amigos —dijo Elliot—. Estoy revisando información vital para su situación… Denme unos segundos solamente.

Asustada aún, Rebecca había tomado de la mano a su marido. Francis esperaba nervioso que Elliot dijese algo.

—Sí, aquí está —dijo Elliot y los miró pálido.

—¿Qué sucede, hijo? —dijo Francis.

—Amigos, debemos marcharnos de inmediato. Vendrán por ustedes esta noche. Capaz que ya estén cerca. No hay tiempo —dijo angustiado Elliot.

Rebecca se asomó de inmediato por la ventana pero no vio a nadie.

—Por favor, lean esta información —dijo Elliot—. No se asusten con este aparato, no hace daño y ahora es nuestro mejor aliado.

La pareja se acercó y leyó: Rebecca Nurse fue ejecutada el 19 de julio de 1692. Siguieron la lectura y revisaron la historia completa del conflicto con su odioso vecino Putnam y el corrupto ministro Parris.

—Aquí dice que el jurado reconsideró el juicio anterior y que me encontraron culpable —dijo triste Rebecca—. Eso será mañana.

Francis la abrazó y miró desconsolado a Elliot.

—Hijo ¿qué podemos hacer?

—Tengo una vía de escape —dijo Elliot recordando que su portal se volvería a abrir a medianoche—. Tienen que estar conscientes que deberán dejar todo atrás. Absolutamente todo y a todos.

El matrimonio cruzó miradas y ambos asintieron la propuesta de Elliot con sus cabezas.

—Preparen un bolso cada uno —dijo Elliot—. Deberán viajar lo más liviano posible para moverse con agilidad. Sólo lleven lo esencial.

Los granjeros se movilizaron rápidamente a preparar sus cosas y emprender el viaje. Mientras, Elliot vigilaba atento por la ventana esperando que la horda encabezada por los Putnam y Parris viniese por Rebecca. Ella había la principal detractora y acusadora de las apropiaciones ilegítimas de tierras de los Putnam, como también había desaprobado públicamente el controvertido nombramiento de Samuel Parris como ministro quien, además, era amigo cercano de los Putnam.

Cerca de las 22:55 horas Elliot divisó a la distancia una enorme luz intermitente que se agitaba. No se despegó de la ventana hasta que a los pocos minutos se dio cuenta que era un grupo de personas portando antorchas y venían en dirección de la granja de los Nurse. Corrió donde los viejos.

—Ya es hora —dijo Elliot con el corazón casi en el cuello—. Debemos irnos ahora. Ahí vienen por ustedes.

Francis fue rápido a chequear a la ventana. Era cierto.

—¡Vieja, apúrate! Allí vienen—gritó—. Ya no hay tiempo.

Tomaron sus cosas y salieron por la puerta trasera guiados por Elliot. Debían esconderse en alguna parte hasta que fuese medianoche y poder ingresar nuevamente por el «túnel del tiempo».

—¿Conocen algún sitio —les consultó Elliot— aquí cerca donde podamos aguardar seguros hasta la medianoche?

—Sí —dijo Rebecca—. Detrás de los arbustos al final de este prado es perfecto pues inicia un tupido bosque al que todos le tienen respeto de noche.

—Estupendo —dijo Elliot un poco más tranquilo—. Allí será perfecto.

—De hecho —dijo Francis—, allí construimos un subterráneo para protegernos de las tormentas y guardar algunos víveres. Aún si ellos pasaran por ahí, no encontrarían la puerta en el piso pues está bien camuflada con el paraje.

—Sí —dijo Rebecca—, fue idea de mi hijo Benjamín y junto con Francis lo terminaron hace unos meses. Él guarda algunas cosas allí también.

Llegaron al punto del «búnker» de los Nurse e ingresaron. Elliot encendió la linterna de su celular para entrar con cuidad. Los Nurse se guardaron la sorpresa de la nueva magia de Elliot hasta que estuvieron a buen resguardo con la compuerta cerrada.

—Hijo —dijo Francis—, ese mundo de donde provienes pareciera que tiene muchos artefactos extraños. No sé si estos dos viejos podrían acostumbrarse y ser capaces de absorber un cambio tan radical.

Elliot entendió y calló. Apagó su luz. Mantuvieron silencio absoluto. Sintieron cómo los «justicieros» pasaban corriendo y gritando. La señora Nurse se puso nerviosa y se aferró a Francis quien la rodeó con ternura entre sus brazos. Ambos se mantuvieron estoicos. El barullo duró unos 20 minutos y poco a poco sintieron cómo comenzó a alejarse hasta que el silencio se volvió una bienvenida bendición.

Ya eran cerca de las 23:35 horas y Elliot recomendó por seguridad quedarse unos 10 minutos más. Él saldría a investigar y chequear que todo estuviese bien. Total, a Elliot no lo buscaban y él podía hacerse pasar por un investigador académico extraviado. Observó con su cámara térmica en búsqueda de alguna presencia humana que manifestaría una imagen de color rojizo o anaranjado en el visor. Revisó por todos los alrededores para estar seguro. Incluso, amplió el radio de análisis hasta 70 metros cubriendo las arboledas que lo rodeaban para descartar que alguien se hubiese escondido tras algún árbol.

Las 23:50 horas. Era momento de ir por los Nurse. En la mente de Elliot circundaba el conflicto de cambiar la historia y el registro de los hechos.

—¡Qué más da! Me los llevaré a otro lugar y tiempo. Igual este bellaco de Thomas Putnam y su familia se apropiarán de esta granja. Los Nurse no le han hecho daño a nadie. La historia no cambiará. El mundo no cambiará.

Elliot se rascó la cabeza nervioso con la decisión que tomaría.

—Además —prosiguió—, la señora de la fuente en la plaza vino a buscarme por algo. Sé que es Rebecca, aunque me cueste creerlo. Dejaré para más tarde la interpretación de todo eso.

Así es que decidido y convencido fue por los Nurse y los ayudó a salir con gentileza. 23:55 horas. Elliot ubicó al grupo en el lugar desde donde emergió la primera vez. Tomó su cámara térmica y espero pacientemente por el cambio en la temperatura. Miró su brújula que ya comenzaba a moverse de un lado para el otro. El EMF y dosímetro mostraban señales de cambios electromagnéticos y radiactivos. Se estaba manifestando la puerta de acceso para volver.

Era  la medianoche. Una bocanada de aire tibio envolvió a los viajeros.

—Ya es momento de partir —dijo Elliot.

Elliot entró primero y desapareció ante los ojos desencajados de los Nurse. Su mano y rostro aparecieron.

—Ya, vengan rápido, antes que esto se cierre —dijo Elliot.

La pareja se miró con ternura y dio un último vistazo a su codiciada granja. Rebecca extendió su mano y Elliot la jaló con suavidad. Ella venía con Francis en su otra mano. El trío desapareció y comenzaron la caminata de vuelta en ese mar de espejos.

—¿Qué es esto? —dijo Rebecca.

—Este es un túnel del tiempo, señora Nurse. Nos llevará lejos de sus enemigos. A otro lugar y tiempo. Ya nadie los podrá dañar.

Francis iba embobado mirando para todas partes sin soltar a su mujer. Anduvieron varios minutos hasta que llegaron a una encrucijada. Elliot sabía por dónde debía seguir andando. Sin embargo, Rebecca se detuvo en seco y tiró de Elliot.

—¿Qué sucede señora Nurse?

—Nada hijo —dijo Rebecca—. Nosotros llegaremos hasta aquí. Tú debes proseguir tu camino. Ya cumpliste con tu misión. Ahora nosotros proseguiremos nuestra vida desde este otro punto.

—Pero no tengo idea a dónde ese camino conduce —dijo Elliot con angustia.

—No te preocupes, hijo —dijo Francis—. Cualquier lugar será mejor que el lugar del que venimos. Y el tuyo nos parece demasiado avanzado y creemos que no encajaremos. Estamos viejos y algo intermedio de avances nos parecería mejor para pasar nuestros últimos años.

Elliot se emocionó y los abrazó. Se sacó su gargantilla de oro y se las regaló.

—Tomen, con esto podrán sobrevivir unas semanas si lo venden —dijo Elliot emocionado y con los ojos húmedos.

—Gracias hijo —dijo Rebecca—. Gracias por ayudarnos y salvarme. No nos olvides. Ahora vete que tu puerta podría cerrarse.

Elliot asintió en silencio y se despidió. Retomó su ruta sin dejar de mirar cómo los Nurse desaparecían en la bifurcación del camino.

A los pocos minutos llegó a su punto de origen. Salió con cuidado de manera de evitar ojos curiosos. Su reloj indicaba que eran las 00:01 horas. Afuera consultó por su GPS que le confirmaba que había vuelto a la Plaza de Armas de Arauco. Chequeó el día y la hora en su celular consultando el sitio www.time.is.

—Uf —respiró aliviado—. Sí, estoy en el lugar, día y hora correctos.

Entretanto Elliot se recuperaba, de la nada una mano se posó sobre su hombro derecho. Elliot se dio vuelta asustado creyendo que alguien lo había descubierto. Así había sido, pero no exactamente descubierto.

—¡Hola Elliot! —dijo sonriente Rebecca, luciendo su sombrero negro de paja—. ¡Gracias, hijo! Gracias por la maravillosa vida que nos posibilitaste con Francis.

…En recuerdo y respeto de quienes sufrieron en Salem los horrores implacables de manos de desalmados, egoístas y abusadores inhumanos…