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SEGUNDAS CHANCES

Capítulo 1

Capítulo 1

¿Alguna vez te has preguntado qué harías si pudieses retroceder en el tiempo? Si tuvieses tan sólo una oportunidad en tu vida, ¿qué es lo que intentarías resolver, cambiar o mejorar de tu pasado para afectar tu presente?

Bien, las siguientes historias podrían darles algunas pistas al respecto. En 2031, un grupo de investigadores del California Institute of Technology, Caltech, liderado por el connotado físico cuántico y premio Nobel, Marcus Garnier descubrió cómo viajar en el tiempo.

En 2037, el descubrimiento de Garnier dio lugar a una industria de «tours de autodescubrimiento y sanación», como le denominaron a la posibilidad de una persona para retroceder en el tiempo y realizar una misión de cambio, no más allá de su décimo cumpleaños, según establecía la ley global.

A la fecha, se encontraban reconocidas y validadas cuatro entidades en todo el planeta bajo la franquicia «Viajes en el Tiempo de Sanación» o VTS: dos en los Estados Unidos; una en Francia; y la última en Inglaterra.

Para regular los viajes en el tiempo de la VTS, se creó una legislación de nivel planetaria que estuvo a cargo de un grupo ad-hoc del G-8 y de un consejo asesor del más alto nivel. Su propósito fue normar aspectos esenciales del proceso mismo como el comportamiento de los viajeros en su misión, los criterios de selección, evaluación de consecuencias, la supervisión y monitoreo de los proveedores de servicios, entre cientos de medidas más.

El proceso para determinar quiénes podrían emprender tal aventura era largo y complejo. Entre el momento de la postulación y la selección final en cada período de postulación, podía transcurrir perfectamente un año. Los seleccionados eran sometidos a un arduo entrenamiento e instrucción de nueve meses en el que, desconectados del resto del mundo, se sumergían totalmente en la preparación y ejecución de su misión. En esa etapa abortaba el 40%.

Una vez finalizada la fase preparatoria, cada postulante pasaba por un simulador que recreaba con precisión absoluta el escenario para interactuar donde ocurriría su proceso de reparación, de manera que se identificasen el máximo de variables que estarían involucradas en el desarrollo. Además, se establecerían las consecuencias potenciales que se podrían sufrir en caso de alterarse alguna de dichas variables.

La preparación y la simulación permitirían a los postulantes convertirse en viajeros en el tiempo efectivos y aptos para emprender su travesía; y el equipo de seguimiento dispondría de mayor agilidad y certeza en dar rápidamente con la fórmula de reparación ante algún daño colateral o directo que se produjese, de forma de contener los efectos en el presente e impedir una potencial anomalía o, peor aún, una peligrosa paradoja.

Por este mismo motivo, el proceso de selección debía evaluar, ojalá, todas las posibles consecuencias en el presente que pudiese provocar un viajero.

Así, por ejemplo, eran descartadas de inmediato las postulaciones que involucraban de la desaparición o asesinato de alguien (y de esos casos había bastantes, mucho más de lo que uno esperaría), de transmitir fórmulas secretas o descubrimientos, de traspasar información crítica para inversiones, entre miles de otras restricciones. De esta forma, un viajero estaría impedido de decirle a su padre en 1995, o a sí mismo, que adquiriese acciones de Amazon o Google. El procedimiento evitaba que al retornar al presente, el viajero pudiese contar con una enorme fortuna debido al éxito de estas empresas.

Annie, la inteligencia artificial del VTS, apenas detectaba un desvío en la misión que pudiese producir alguna consecuencia de proporciones en el presente, activaría el procedimiento de retorno automático del viajero. Ya de vuelta, el infractor sería enjuiciado y sancionado. Las penas estaban normadas y eran de conocimiento público, así es que nadie podía alegar ignorancia. Ello era parte del proceso de formación y adiestramiento, y estaba descrito claramente en el contrato que cada seleccionado debía firmar en compañía de un abogado representante, quien pasaba un buen tiempo explicándoselo al viajero y evaluando su entendimiento.

El sistema era a prueba de fallos y engaños. Las personas portaban un sistema de relojes integrados en un «exotraje» diseñado especialmente para la ocasión, adecuado a la moda del período del viaje y las actividades que se realizarían. Había trajes formales, deportivos, de sport, de hombre y mujer. En fin, lo que se necesitase el equipo de confección lo produciría.

El período permitido para una exploración al pasado no podía superar las seis horas. Si el viajero deseaba volver, bastaba que regresase a su «cúpula temporal» y activase el retorno. Si el plazo se venciese, la cúpula retornaba automáticamente y el «exotraje» activaba un sistema que pondría fin a la vida del viajero para que no estuviese tentado a quedarse y rehacer su vida. Lo mismo sucedería en caso de querer despojarse de su traje.

El entrenamiento les enseñaba a ubicarse en lugares estratégicos para evitar ser vistos al entrar o salir de la cúpula temporal. Todo era conocido por el grupo de apoyo pues el exotraje contaba con juegos de mini-cámaras cuyo registro era revisado en vivo en cada misión. Esta labor permitía evaluar situaciones que podían escapar al control del viajero como también ayudaba a asegurar el fiel cumplimiento a lo comprometido. La vigilancia temporal iba más allá del simple proceso de monitoreo y seguimiento en línea que se realizaba en cada misión, pues las implicancias de algún suceso podrían conllevar importantes consecuencias en el presente.

Las características del exotraje eran sabidas ampliamente por los viajeros quienes no podían negar alguna situación anómala que se detectase en la revisión posterior de las grabaciones y que sirviesen como prueba en un juicio, al que todos estaban expuestos.

El sistema global del VTS contaba con otras restricciones fundamentales: estaban impedidos los viajes a momentos clave de la historia, como los atentados del 9/11, el estallido de la Crisis Subprime, el asesinato del presidente J.F. Kennedy, por decir algunos. Además, el postulante debía seleccionar una fecha dentro de su vida actual, a partir de los 10 años de edad, cumplidos. O sea, nadie podía volver a momentos del tiempo como el nacimiento de Jesucristo o aparecerse en la Alemania de Hitler para liquidarlo y evitar el Holocausto. En ese sentido, los criterios eran bastante sensatos y el proceso siempre contaba con el apoyo de la sofisticada y evolucionada IA Annie que dominaba a la perfección las reglas y normas impuestas, además de proyectar las consecuencias y efectos.

Annie fue bautizada cariñosamente como Anna-Jane, en honor a la hija de H.G. Wells, el escritor inglés del afamado libro «La Máquina del Tiempo». Annie, era la asesora perfecta.

En general, los postulantes tenían claras las reglas del juego y a lo que se exponía en caso de vulnerarlas. Por este motivo, surgieron «las 3 leyes de oro de los viajes en el tiempo», algo similar a las leyes de la robótica que formuló en su momento Isaac Asimov, y que rezan como sigue:

  1. Primera Ley: Un viajero en el tiempo no podrá dañar a un ser humano, ni permitir que alguien sufra o vea perjudicada su propia existencia por alguna acción directa o indirecta de su misión.
  2. Segunda Ley: El viajero en el tiempo está obligado a cumplir el contrato de actividades y acciones de su misión, así como también las instrucciones de reparación que provengan de sus administradores durante su travesía, a no ser que tales órdenes entren en conflicto con la Primera Ley.
  3. Tercera Ley: Un viajero en el tiempo deberá velar por su propia existencia siempre y cuando ello no entre en conflicto con la Primera o Segunda Ley.


Si bien estas leyes son una manifestación moral de la misión, permiten discernir a la hora de presentarse los conflictos y de adoptar decisiones con un marco de referencia nítido. En los contratos existe una cláusula que explica que la misión será monitoreada completamente por un equipo de «administradores y gestores de viajes temporales» o los AGVT. Tal labor de control es posible gracias a los múltiples dispositivos imperceptibles dispuestos en el exotraje del viajero. En tiempo real estos aparatos transmiten cuanto ocurre a una central de «tempo-vigilancia». Allí los AGVT disponen de una visión en 360 grados de todo lo que sucede en el campo del viajero. En caso de algún incidente riesgoso que exigiese de una acción de extracción inmediata, el equipo AGVT tenía la potestad y obligación de proceder sin vacilación con el término de la misión. En ese caso, el viajero recibe una alerta que le da 15 minutos para retornar a su cúpula temporal. Y si no lograse llegar a tiempo, bueno…, ya saben…, el «exotraje» activaría simultáneamente el sistema de «protección» para terminar de inmediato con la existencia del viajero.

Viajar en el tiempo para reparar el pasado se volvió un derecho humano en 2035. Ello podía suceder siempre y cuando los sucesos de eventos derivados por la misión involucrada produjesen «pequeños oleajes» en el presente y no una «marejada» o «tsunami». Por este motivo, a pesar de ser un derecho consagrado, éste sólo se materializaría cuando las condiciones para llevarse a cabo fuesen cumplidas a cabalidad. El reglamento con los criterios y procedimientos era de responsabilidad absoluta del Comité de Viajes en el Tiempo para la Sanación de la Raza Humana o Comité VT-35. Lo que allí se acordase y dictase sería reconocido y validado por todos los países del planeta.

Al cabo de unos años de funcionamiento de los distintos VTS, la tendencia entre las postulaciones y los casos aprobados llegaba a uno en un millón. La explicación, viendo las estadísticas innegables de la IA, era digna de una tenebrosa novela. El 95% de las solicitudes de reparación se centraba en lograr un éxito financiero o económico, como ganarse la Lotería, encontrar un tesoro fantástico o hacerse de acciones de una empresa exitosa. Este tipo de postulaciones quedaba descartada pues, por el principio del derecho humano establecido, debía asociarse a un evento que pudiese reparar el sistema de bienestar interno de las personas y no su bolsillo. Alguien podía seguir siendo un pobre infeliz por dentro con 100 millones de dólares en su cuenta bancaria. De suceder ese tipo de situaciones, según las proyecciones de la IA, en su mayoría terminarían en un despilfarro total del dinero en cinco años, en suicidio del viajero al cabo del cuarto año, en la creación de poderosas redes de criminales al tercer año, o un infarto al tercero o cuarto por agotamiento del cuerpo debido al alto consumo de drogas, alcohol y una dieta alimenticia desequilibrada.

En el 5% restante se concentraban las postulaciones de personas que realmente contaban con un caso viable de sanación personal. Aun así, en el 85% de ellos la IA predecía graves desenlaces pasionales con parejas y padres, incluso con algún amigo o pariente cercano. Otra parte, el 13%, su reparación dependía completamente del participante, por lo que la IA recomendaba inmediatamente someterlo a un proceso de terapia intensiva holística. Estos casos no dependían de un hecho puntual sino de una conducta propia y, por lo tanto, no precisaban de un viaje en el tiempo para sanarse.

Finalmente, tan sólo el 2% restante, el 0,1% del total de postulaciones, estaba apto para ser efectiva y aceptable por el sistema y Annie. De los 75 millones de personas que lo intentaron el año 2037, 75 mil postulantes en 2038 calificaron para la segunda etapa. Ese año, 850 personas llegaron a la final, después de deserción, descarte o rechazo en la evaluación. Es decir, una persona cada 100,000 cumplía con los requisitos necesarios y suficientes para emprender su viaje.

Ahora ¿cómo se financiaba toda esta operación? Esa era una parte importante del modelo. En 2035 quedaron atrás los anquilosados y discriminadores modelos basados en «quien tiene dinero puede». Aunque el sistema actual no era perfecto del todo, al menos se presentaba menos injusto que la realidad vivida hasta el decenio anterior por la humanidad y que ya había perdurado varios miles de años.

Al ser un derecho humano, todas las naciones del planeta acordaron con contribuir a un fondo común, proporcionalmente a su ingreso producto interno bruto. Con eso se financiaba la operación del 90% de los gastos de operación del servicio. Los postulantes, por su lado, debían pagar 2.500 dólares, saliesen favorecidos o no. El dinero de los excedentes permitía sostener a las empresas y sus gastos además de financiar al Comité VT-35. En el modelo global, la organización sin fines de lucro «Amazing Time Travelers», con sede en Estocolmo, tenía a su cargo la coordinación general, monitoreo de las cuatro empresas proveedoras y actuaba como el equipo técnico que apoyaba al Comité VT-35, y también era receptor de financiamiento para su funcionamiento.

Las cuatro historias que vienen a continuación son los casos que más llamaron la atención de todas las misiones llevadas a cabo en los primeros años de funcionamiento de los VTS. Sin embargo, existe un enigmático episodio que provocó un cambio profundo en la manera cómo se seleccionaba el grupo final de viajeros. Ello llevó a modificar los protocolos de soporte temporal y la ejecución de acciones inmediatas sobre el viajero involucrado.

El caso de Melquiades Black marcó un precedente en los criterios de selección que sumaron posteriormente a especialistas para establecer reales condiciones en que llegaba un postulante a su misión.

En teoría, todo parecía que funcionar a la perfección, pero en la práctica el sistema tenía vulnerabilidades indetectable y gracias a Annie se pudo evitar una catástrofe temporal de proporciones. Menos mal que esta increíble IA contaba con un nivel de desarrollo autónomo y de sofisticación inigualable, con capacidad autogenerativa cuántica orgánica lo que le permitía crear sus propios circuitos cerebrales a discreción y según lo requiriese. Atrás quedó el uso de redes neuronales tradicionales.

Los diseñadores de Annie consideraron esencial que ella participase de todo diálogo, conversación y situación que se presentase en los complejos VTS con los participantes. Les había costado bastante convencer a los directivos del Comité VT-35, quienes a regañadientes aceptaron los fundamentos que le conferían un mayor control cibernético y no humano debido a las limitaciones físicas. Sostenían la libertad y privadidad de las personas. Sin embargo, el servicio debía dar plenas garantías a la no alteración del presente y Annie venía cubrir áreas insospechadas para la seguridad del presente.

La potencia de Annie equivalía a tener los cerebros de 100 millones de seres humanos interconectados trabajando las 24 horas de manera sincronizada y dedicada.

Pues bien, el primer grupo de participantes contó con 33 personas seleccionadas de acuerdo al protocolo imperante. Todas ellas parecían dignas merecedoras el servicio de los VTS. Los problemas no se detectaron tempranamente, como sucede en la actualidad, sino que una vez que la misión ya se había iniciado, y varios minutos después de salir el viajero de la cúpula temporal de viaje, ya en pleno pasado.

Al inicio del funcionamiento de los VTS, el análisis de participantes en sus fases más profundas no lograba identificar un tipo de trastorno psicótico que era accidentalmente avivado por el cóctel de químicos que se les daba en los entrenamientos para poder realizar las simulaciones de escenarios provistos por Annie. Mientras más entrenaba, más sustancias ingresaban por el torrente sanguíneo al cerebro y se producía una disminución progresiva, e indetectable por los equipos de supervisión, de ciertas conexiones de nivel funcional de las áreas frontales y temporales, que están involucradas en el proceso de control cognitivo, y de áreas límbicas, asociadas con el procesamiento emocional.

Finalmente, lo que sucedía era que al viajero que presentaba una esquizofrenia latente o inactiva, el cóctel químico las activaba, ¡y de qué forma!

Esto sucedió con Melquiades a quien se le detonó un trastorno en plena ejecución de su misión. Las cámaras de monitoreo temporal en tiempo real en los exotrajes permitieron advertir la situación de peligro que se viviría pues Melquiades en un episodio sicótico intensivo tomó un cuchillo en el restorán de su misión y tomó varios rehenes, amenazando de muerte a todos por el trastorno gatillado. Jamás pudo tener conciencia de lo que le sucedía. Y al VTS no le quedó más remedio que activar el protocolo de emergencia y terminar de inmediato con la vida del pobre abogado viajero.

Annie alcanzó a advertir al equipo de vigilancia gracias a que su propio aprendizaje no dejaba ámbito sin cubrir ni analizar. Siempre buscaba y horadaba por donde fuera para encontrar puntos de vulnerabilidad. Aunque los protocolos no habían definido explorar las consecuencias de la alteración cerebral por inducción química, Annie de todas formas antes del viaje de Melquiades decidió realizar un análisis a los resultados de los diferentes exámenes que le tomaron, incluyendo un mapeo neuronal y de ADN. Descubrió que el abogado poseía el gen de la esquizofrenia y revisando su historia encontró que el tatarabuelo padeció de dicho trastorno. En uno de sus tantos circuitos de investigación se le ocurrió incorporar como variable las drogas inducidas a los viajeros. Calculó la progresión del efecto acumulado en cada encefalograma y comparó la evolución. Allí fue cuando se dio cuenta del impacto que había sufrido el cerebro de Melquiades.

En el caso de su bisabuelo la alteración mental había sido leve. Pero en el caso de Melquiades se exacerbó debido a la inducción de las drogas. La situación detectada por Annie ya en pleno viaje alertó de inmediato a los monitores quienes siguieron con mayor atención el progreso de la misión, esta vez con el dedo puesto sobre el botón de eliminación. Los trajes que usan todos los viajeros incluyen, sin excepción, un equipamiento especial para gestionar este tipo de situaciones y que se sólo se activa ante eventos incontrolables. La persona se desmaya en cuestión de segundos, sin sufrir dolor alguno, y muere.

A partir de ese instante, el examen genético y de ADN, junto al cruce con el mapeo cerebral y la reacción a las drogas de las simulaciones, es lo primero que chequea Annie. Hasta la fecha, se han podido descartar por incompatibilidad 17 postulantes evitándose importantes consecuencias en el presente.

Además, se han fortalecido los equipos de psiquiatras y doctores con mayores requerimientos, haciendo hincapié en los conocimientos, destrezas y habilidades sociales. Hoy es Annie es uno más en el equipo que produce mejoras y solicita actualizaciones en los protocolos. Tiene una potencia cerebral que no tiene competencia y se ha ganado la confianza del Comité VT-35 y de todos los VTS.